Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría…
La vida es bella,
La vida es bella,
ya verás como, a pesar de los pesares,
tendrás amor, tendrás amigos.
(José Agustín Goytisolo).
(José Agustín Goytisolo).
Ghost está feliz en Perú. Hemos visto muchas fotos y nos consta que se está adaptando muy bien. Se está cumpliendo aquello que su abuela Jolie le tatareaba: “La vida es bella, ya verás como, a pesar de los pesares, tendrás amor, tendrás amigos”.
Antes de partir me dijo que nos explicaría las peripecias de su viaje y aquí están. Como se puede observar, para él casi todo ha sido “la primera vez”: ver un chico tatuado y con percing, el sonido de un despertador, pasar un control de policía, subirse a un sofá, dormir en una cama…y, sobre todo, viajar en avión a un país desconocido y ser acogido tan bien. Ha sido un viaje de 11.000 km . y 6 días de duración. Por eso lo ha titulado EL VIAJE DE MI VIDA.
El día 25, Ghost cumplió 6 meses |
Querida Kit,
Tal como te prometí, te escribo para contarte cómo fue mi viaje hasta el Perú. Tú bien sabes que el viaje era lo que más miedo me daba de toda esta aventura, sobre todo el viaje en avión. ¿Te acuerdas cuando mi madre Amy me hacía mirar al cielo cada vez que pasaba un avión y me decía: “Ahí irás tú”?
La salida de casa ya la conoces. Fue un drama, pero yo me hice el fuerte y me acordé de las palabras de mi abuela Jolie: “Tú estás hecho para las lejanías”.
En el trayecto hasta Girona, me dejaron libre en el maletero, para que empezara el viaje más relajado. En los asientos traseros pusieron el transportín. Eso me permitió mirar hacia atrás y os vi a toda la manada allí, sentados, en silencio. Vi lágrimas caer sobre vuestros pechos mientras se cerraba el portal y a lo lejos se ponía el sol. No fue un mero pensamiento el que dejé detrás de mí, sino un trozo de mi corazón enternecido.
El viaje fue corto, apenas unos 20 minutos, hasta la oficina de MRW. Yo en silencio y mi familia también. Rellenaron los papeles y entregaron la documentación. La despedida ya te la puedes imaginar y prefiero no explicarla. El amor solo conoce su verdadera profundidad cuando llega la hora de la separación.
Me pusieron en el canil y se fueron con los ojos llorosos. Así de simple, pero muy complicado para el corazón.
Me subieron a un furgón especialmente diseñado y acondicionado para el traslado de mascotas, con climatización controlada vía software, que marcaba 22º. La temperatura exterior era de 30º, en uno de los días más calurosos del año.
Al cabo de una hora llegamos a la Plataforma Operativa de MRW de Barcelona. Allí me trasladaron a una sala de espera acondicionada, dónde había otros perros. Ninguno salió de su transportín y no pude saber de qué raza eran. Una simpática veterinaria nos supervisó a todos durante las horas que estuvimos esperando. Al cabo de unas horas me subieron a un furgón idéntico al primero, en dirección hacia Madrid. El trayecto duró más de siete horas. Yo me quedé dormido, a pesar de los sollozos de otros perros que viajaban en el mismo furgón.
Al llegar a Madrid me llevaron con un coche “normal” hasta casa de Marc. Durante el trayecto, el mensajero me fue hablando cariñosamente para tranquilizarme. Me sorprendió su dulzura para con un perro desconocido. Al llegar a la dirección correcta, le vi por la rejilla de la puerta: un chico delgaducho, espigado, con dibujos en sus brazos y anillos en la nariz. Su aspecto no tenía nada que ver con su comportamiento. Me trató con exquisita delicadeza. “Me gustan mucho los animales y en casa tengo dos perros” –le dijo a Marc, mientras me descargaban. Le entregó la documentación y se fue.
Por fin una persona conocida. Marc me llamó por mi nombre y salí del transportín moviéndole la cola. Marc observó que el transportín estaba limpio, que no había orinado y me dejó salir a la terraza. Allí hice pipí, después de aguantarme más de 12 horas. Mi madre siempre me repetía: “Fíjate muy bien dónde haces tus necesidades”
Marc me puso agua y comida. ¡Qué bien! Por aquello del mareo, no me habían dejado comer las últimas 24 horas. “Aprofita ara per menjar el que vulguis” –me explicó Marc-, “perquè tinc ordres de no deixar-te menjar res a partir del migdia”. Comí con moderación y después de comer hice una larga siesta estirado en las frescas baldosas del piso de Marc. Al atardecer fuimos a dar un paseo. “Has d’estirar les potes” –me dijo Marc. Por la calle la gente me miraba. Algunos me llamaban “Lassie”, otros querían tocarme. Yo nunca había estado en una gran ciudad y me sentía ruborizado. Unas chicas muy guapas se acercaron a Marc y le pidieron: “¿Puedes sacarnos una foto con él?”
Marc advirtió que cada vez me acosaba más gente y nos dimos media vuelta. Fuimos a un parque y allí sí pude estirar las patas. Empezaba a anochecer y seguía haciendo muchísimo calor. Marc me puso la correa y regresamos para casa. Por el camino me dijo: “Per què no et quedes amb mi i t’oblides d’anar-te’n al Perú?. Amb tu es lliga molt”. Entonces me acordé que tú, Kit, me habías contado que los collies somos ideales para que las personas “liguen” o establezcan relaciones sociales…
Esa noche, mi última noche en España, apenas podía conciliar el sueño. Marc me dejó fuera, en la terraza, pero seguía haciendo muchísimo calor y yo estaba incómodo. Él se fue a su habitación y yo, para llamar su atención, empecé a sollozar. No me atreví a ladrar para no ponerle en un compromiso, ya que Marc estaba infringiendo las normas de la comunidad de vecinos. En este bloque de pisos no se pueden tener mascotas. Perros, no, pero que unos jóvenes del tercero tuviesen la música a todo volumen con las ventanas abiertas, o una pareja se discutieran a voz en grito y se oyera “¡puta!” con golpes y lloros, ¿eso sí estaba permitido?...
Seguí insistiendo y Marc me abrió la puerta. La dejó abierta por si necesitaba salir fuera a hacer mis necesidades. Se volvió a la cama y yo me fui a su habitación a lamerle la cara. El me apartaba y yo volvía, hasta que me gritó: “Prou, Ghost, tots dos necessitem dormir i a tu demà t’espera un llarg viatge”. Le hice caso, me estiré en la alfombra y me quedé dormido.
Un fuerte pitido me sobresaltó y me puse en guardia. Marc tardó bastante más en moverse. Estiró el brazo y el pitido se paró. “Sense un café no soc res”. Se levantó y se fue a la cocina. Pronto me llegó un aroma de café muy conocido. “Hem dutxo i marxem” –me dijo.
Me puso dentro del transportín y fuimos en busca de su coche. Primer contratiempo: el transportín no cabía en el maletero. Desmontó las ruedas y tampoco. 93 cm . de largo, por 65 de ancho y 68 de alto era demasiado para su pequeño coche. Mi familia pensó en un canil confortable para mí, pero nadie pensó en si cabría en el coche. Al final, Marc pudo poner el canil en los asientos traseros.
Fuimos a recoger a Jorge a su casa y partimos hacia el aeropuerto de Barajas, con suficiente tiempo para realizar todos los trámites. Jorge fue la persona que se responsabilizó de mí y que tenía la autorización de mi pasaje. Marc se informó y condujo el transportín hasta el lugar de Facturación de “bultos especiales”. “Yo soy especial, pero no soy ningún bulto” -pensé. Había una larga cola esperando que desesperó a Marc. Yo empecé a preocuparme porque no se veía ningún perro entre los “bultos”. “¿Iba a viajar solo tantas horas?” –me pregunté. “Suerte que hemos venido con tiempo” –le dijo Marc a Jorge.
Pasó más de una hora cuando el funcionario pidió mi documentación. Marc le entregó un sobre mientras le preguntaba: “¿necesita pasaporte?”. “No, el pasaporte solo es para la Comunidad Europea. Necesito el Certificado Oficial del Colegio de Veterinarios y la Cartilla Sanitaria. Para viajar el perro ha de tener más de tres meses, ha de estar vacunado y llevar microchip”. Comprobó los papeles que le había entregado Marc y dijo: “Correcto. Ahora espérese allí que vendrá un compañero para pasar por el escáner”. Marc puso cara de sorpresa, como yo. El funcionario se dio cuenta y añadió: “Hemos de saber si lleva drogas…, o diamantes…” Media hora más de espera. Vino un policía y nos invitó a seguirle. “Ha de sacar al perro de la jaula” –le dijo el policía a Marc. Otro contratiempo. Con lo bien que Marc había colocado los empapadores y el agua. Sacó el seguro de la cerradura y abriendo la puerta me dijo: “Vine, Ghost”. Salí y oí: “¡Un Lassie! ¡Qué bonito!”. Giré la cabeza y vi a dos chicas-policía detrás de una pantalla. “La jaula aquí y el perro por aquella puerta” –le dijo a Marc el primer policía. Puso el transportín encima de una cinta transportadora que se lo llevó hacia las chicas-policía, que se lo miraron por la pantalla. Yo me quedé junto a Marc, sin correa, y le seguí por un marco sin puerta. Sonó una alarma. Eran las llaves de Marc. Luego me pasaron un aparato por todo el cuerpo. “Está limpio” –dijo el policía. “Vuelva a poner al perro en la jaula y puede irse. Al perro lo embarcaremos desde aquí”. Marc me dio un abrazo y me dijo: “Que tinguis molta sort, Ghost. Ets un gos encantador!” Yo, agradecido, moví la cola y le lamí las lágrimas.
Me subieron al avión. Todo el personal del aeropuerto que movió mi canil lo hicieron con mucha delicadeza y decían mi nombre. Entonces no entendí cómo sabían mi nombre. Luego supe que nuestra familia había puesto una nota informativa. Gracias a este detalle, todos me trataron muy bien. Pronto iba a dejar mi país y me sentía orgulloso por haber cumplido los consejos de mi madre: “Has de ser obediente y educado”
Sujetaron bien el canil en un compartimento separado de las maletas y me dijeron: “Buen viaje, Ghost”. Se cerraron las puertas. Unas luces quedaron encendidas y ya no hacía el sofocante calor del exterior. El ambiente estaba climatizado. Yo, para tranquilizarme, me fui repitiendo: “hay mucha gente que vuela a diario y no pasa nada”, “no voy a marearme”, “yo no tengo miedo a las alturas”, “por muchos ruidos raros que pueda oír, el avión no se va a caer”...
Primeros pasos en Perú. Al principio no quería salir del canil |
Pronto oí rugir los motores, pero lo peor fue el ruido de las ruedas cogiendo velocidad sobre la pista. Creía que me iba a estallar la cabeza. Empecé a babear. ¿Es que nadie le dijo al piloto que había un collie en la bodega? Los pilotos de avión habrían de saber que los perros tenemos los tímpanos super sensibles. Y a ningún piloto le habrían de dar el título, si no sabe despegar más despacio. Por fin, mientras el canil se inclinaba, las ruedas cesaron de rodar. Los oídos me quedaron tapados y el corazón me latía muy deprisa. Al cabo de un rato, un fuerte golpe bajo el avión y todo parecía normalizarse: volvía a estar horizontal y mis oídos volvían a oír. Bebí un poco de agua. Cómo agradecí que unos días antes de partir de casa, me enseñaran a beber con este artefacto. Homologado para ir en avión, pero no se puede chupar, si quieres agua has de empujar.
Poco a poco me fui tranquilizando y me acomodé en el transportín. Mi mente se trasladó al lugar dónde nací. Recordé los momentos más felices de mi corta vida: con mi madre, con mis hermanos, con toda la manada, con mi familia humana…, pero sobre todo con mi abuela Jolie, consejera paciente y sabia, cuyas palabras son para mí una pauta a seguir:
“Más que con la inteligencia, tú has de pensar con el corazón. Conocerás personas, otros perros, cosas, ambientes nuevos… ¡observa siempre con el corazón!. Defiende con toda tu inteligencia y todas tus fuerzas aquello que desea tu corazón. Y la regla que nunca falla para el corazón, es el amor.”
Kit, dile a Jolie que nunca olvidaré sus consejos. Y quiero que todos sepáis que no os defraudaré. Acepté el reto y no hay vuelta atrás.
Quedaban muchas horas de vuelo y me obligué a dormir. Cuando duermo no siento ganas de orinar como cuando estoy despierto.
Un fuerte estruendo me despertó. Otra vez el ruido infernal de las ruedas. Eso quería decir que estábamos en tierra. “Espero que funcionen los frenos y paren esta locura. Y espero que estemos en Lima. ¿Y si se hubieran equivocado y me hubieran mandado a otro país?...”
Besos y abrazos en el aeropuerto de Lima |
Me bajaron del avión. Hacía frío, pero no era noche cerrada como yo esperaba, después de 12 horas. Esto me sorprendió. “Seguro que se han equivocado” –volví a pensar. Pero, no. ¿Sabes, Kit? He aprendido que no es la misma hora en todos los países. Aquí en Perú son 7 horas menos que en España y eso me confundió.
En el aeropuerto de Lima los trámites fueron rápidos. Noté cómo el canil, tirado por Jorge, se deslizaba suavemente hacia lo desconocido, un mundo nuevo que ya es mi vida.
De repente, Jorge se detuvo en medio del hall, sorprendido como yo: “Ghost”, “Qué carita”, “Es un dulce”, “Ghost, mi amor”… Un sinfín de piropos de unas personas exaltadas… exaltadas de amor. Alguien abrió el canil entre luces chispeantes de las cámaras de fotografiar. Me quedé quieto, temeroso, en el fondo del canil. Necesité un tiempo para empaparme de nuevos olores, colores, voces… Pronto el palpitar de sus corazones repercutió en mi corazón y su aliento flotaba sobre mi rostro. Alguien me llamó con dulzura y con comida en la mano. Era mi pienso de toda la vida y salí. Puse en marcha mi sexto sentido (tú ya sabes, Kit, “persenex”) y sentí muy buenas vibraciones. Abrazos, besos, fotos, regalos (un peluche llamado “Parche”)… Mucho calor humano de gente sana, alegre, feliz.
Con tan buena compañía me fui tranquilizando y estuvimos mucho rato tirados por el suelo, jugando y haciendo fotos. Creo que en Perú, cuando se trata de un collie, la policía se inhibe. Y qué alegría cuando salimos al exterior y noté que en Lima la temperatura era como 20º menos que unas horas antes en Madrid. Ya sabes que a los collies no nos gusta el calor.
Llegamos a casa de Annie, donde estuve tres días. Allí conocí a Showy y Awki, dos machos Blue-Merles que me recibieron muy bien. También conocí, de lejos, otra mascota a quien llamaban ShiShi. Es la primera vez que yo veía un gato. En esta casa los collies se subían al sofá y a la cama. Yo también probé. Cansado de una jornada tan larga y emotiva, me quedé dormido junto a Annie. Me desperté porque tenía necesidad de orinar. Sin hacer ruido salté de la cama. ¿Dónde lo hago? Annie tiene un montón de macetas con plantas, pero en casa me enseñaron a respetarlas. Entonces volví a recordar las palabras de mi madre: “Fíjate muy bien dónde haces tus necesidades”. Busqué y encontré un lugar. Annie se puso muy contenta. Era el lugar adecuado.
Unos días de descanso en Lima y despedida para partir hacia Trujillo |
Los días que pasé en Lima fueron muy intensos. Annie fue un flechazo y nos compenetramos muy bien. Su actitud dulce y amorosa me facilitó mucho la integración en este país. Cariñosamente me llama Rayito de Sol Español. Ella sí que es un Sol y yo me convertí en su sombra. Paseamos por el parque y corrí con sus “azules”. La convivencia con ella y sus collies sólo se vio interrumpida por numerosas visitas y sesiones de fotos. Los que no habían podido ir al aeropuerto querían verme y hacerse fotos. Se presentaban a cualquier hora y sin avisar. Yo, buena cara y a seguir el consejo de mi madre: “Has de ser obediente y educado”
Y llegó el día de mi última etapa del viaje. Vinieron a buscarme las Theres y yo no quería irme. Le cerré el paso a Annie en las escaleras y en la calle puse patas-ventosa para no moverme. Miré a sus ojos y le supliqué: “No, por favor, quiero quedarme contigo. ¿He hecho algo mal?” Ella me besó y me cargó en el coche. “Ahora debes partir hacia Trujillo con tus otras mamis” –me susurró valiente. Pero yo sé que luego, en su casa, a escondidas, lloró mi ausencia. “Persenex” de collie.
Ghost, feliz en Trujillo, galopando tras Choco |
Me pusieron en los asientos traseros. El viaje fue largo, más de 7 horas. Aproveché para recordar las nuevas palabras que había aprendido. En este país, Kit, no conducen coches, “manejan carros”. A los collies les pueden llamar “engreídos”, “picudos”, “petisos”... Y a mí, no me acarician ni me achuchan, me “apapachan”. Iba tan relajado entre las dos Theres que creo que me quedé dormido. Pararon varias veces y en ninguna quise orinar. Tenía ganas de acabar de una vez este largo viaje.
Mi esperada llegada a Trujillo fue una encerrona muy inteligente de Théreliz. No fuimos directamente a su casa. Sus collies, con los que ahora convivo, nos esperaban en terreno neutral y con mucho campo verde para correr. Aquí las presentaciones fueron más fáciles. Pude correr a mis anchas con todos ellos y entablar amistad, antes de conocer mi nuevo hogar.
Trujillo está en la costa, al norte de Lima, y no hace ni frío ni calor. Es la ciudad de la primavera sin fin. La gente trujillana que he conocido es muy alegre y amable. Las Theres me tratan muy bien y aquí soy feliz.
Kit, esta es la historia de EL VIAJE DE MI VIDA. Como dice Jolie: “La vida es demasiado breve y el mundo muy pequeño. Hay que vivir intensamente cada instante”. Es lo que voy a hacer y lo que os deseo a toda la manada.
“Apapachos” para todos,