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¿Cómo está Excálibur? –preguntaba Teresa desde su habitación aislada.
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Está bien –
le mentía su marido por teléfono.
Ahora
Teresa ha vencido al virus del Ébola y se recuperará. Excálibur era su perro
del alma al que “alguien” mandó matar. Ella aún no lo sabe. Su marido y miles
de ciudadanos se opusieron, pero imperó la “sin razón”. Sin saber ni siquiera
si Excálibur se había contagiado.
Teresa se ofreció voluntariamente para cuidar un enfermo
terminal de ébola. Se contagió y estuvo aislada, a punto de morir. Mientras, “alguien”
pretendió culparla por estar en ese estado y encima
sacrifican a su perro Excálibur. “Sólo es un perro”, comentó un funcionario, desconcertado por la incapacidad de sus superiores.
Todo
está ocurriendo en un país en el que un día sus gobernantes decidieron hacer un
alarde de poderío y mostrar al mundo “qué buenos somos”. “Tengo una ocurrencia”, anunció el Presidente en el Consejo de
Ministros un viernes: “Montamos un gran
dispositivo, vamos a África y repatriamos algún enfermo de Ébola. Con cámaras
de TV incluidas para mostrarlo al mundo”. “Eso costará mucho dinero”, le
dijo el ministro de economía. “Da igual.
Hacemos más recortes en sanidad”. Dicho y hecho. Como el primer repatriado
se murió enseguida, fueron a por otro, que también murió… y contagió el temible
virus a Teresa.
La
gestión de “la crisis del Ébola” por parte del Gobierno de ese país fue un
auténtico desastre. Se cometieron un sinfín de errores desde el momento en que
se repatriaron a España los dos infectados por el virus. No se prepararon las
instalaciones de forma adecuada. No se tuvo en cuenta en ningún momento la
opinión de los expertos sanitarios que aseguraban que el hospital donde los
ingresaron no tenía el nivel de seguridad suficiente para tratar a enfermos
infectados con el virus. No se dotó a los profesionales con el material de
protección del nivel adecuado para minimizar su riesgo de contagio ni se les
instruyó correctamente. No se estableció el protocolo necesario para aislar a
la primera infectada en España por el virus, Teresa, desde el primer momento en
que presentó síntomas, aún sabiendo que era una de las personas que había
estado tratando a los enfermos fallecidos, y que no aislarla podía suponer un
peligro para el resto de la población en contacto con ella.
Y
luego, la decisión de matar a Escálibur ha sido una chapuza más del Gobierno de
ese país. Su incapacidad de gestión había sido ya portada de los periódicos y conocida
“por tierra, mar y aire” (Metro de Valencia, Prestige, Yak-42…). Y nadie dimite.
Su estado natural es la impunidad.
Teresa
ha salvado su vida, a pesar del Gobierno. Y, ¡qué mezquindad!, ese mismo Gobierno
pronto sacará pecho y utilizará la salvación de la vida de Teresa como ejemplo
de las cosas bien hechas… Yo solo soy una pobre collie y tal vez tenga una
visión distorsionada de las cosas. Si alguna de ellas coincide con la realidad,
es pura coincidencia.
¿Por
qué mataron a Excálibur? ¿Porque “sólo es un perro”? Para Teresa y su familia,
Excálibur era más que un perro. Y Teresa aún cuenta con él para que le ayude en
su recuperación. ¿Cómo reaccionará cuando sepa que Excálibur está injustamente
muerto? Debía ser su apoyo, su consuelo, su mejor terapia. Para las personas que
amáis la vida –y Teresa ahora la ama más que nunca-, un perro es parte de la
familia, de vuestra existencia, de vuestra alegría. Un perro es la compañía en
los momentos difíciles, es quien os puede ayudar a sentiros útiles, necesarios
y confortados cuando el mundo se os viene encima. Excálibur era más que un
perro y no merecía ser sacrificado.
La total recuperación de Teresa será larga. A partir de hoy todos los
perros vamos a ser Excálibur y le transmitiremos las mejores vibraciones. El
Gobierno no lo entenderá. No puede entenderlo porque viven en otra onda, lejos
del pueblo. Seguramente no tienen un perro que les espere en casa. No merecen
tenerlo.