Para
los collies, en cambio, el sentido del tacto no es tan importante y ocupa el penúltimo lugar. Apenas lo utilizamos para jugar
con nuestr@s dueñ@s y recibir sus caricias. Con una notable excepción: es el
primer sentido que utilizamos cuando nacemos, ya que el oído y la vista no los
activamos hasta pasados 11 días.
Mi
madre ya me lo había explicado y ahora lo estoy experimentando con mis bebés. El
tacto es el primero de los sentidos que entra en actividad tan pronto nace el
cachorro, y del que éste se vale para detectar la proximidad de la madre y
localizar las tetas. En nuestra raza, la mayor sensibilidad táctil en estos
primeros momentos se encuentra en la fina piel de la nariz del cachorrito y de su
lengua. Se trata de una sensibilidad de orden térmico o de reacción a la
temperatura. Mis cachorros, acercando su nariz a mis mamas, perciben la
temperatura de éstas, y mediante el tacto localizan el pezón al que de inmediato
se prenden. Ahora, que ya tienen 16 días, observo con satisfacción cómo se “pelean”
por tomar una buena posición. Me encanta ver con qué entusiasmo chupan y cómo
rodean el pezón con su lengua, de esa manera tan característica. Ello es debido
a que, a través de la lengua, perciben la temperatura de la leche, la misma que
la temperatura fisiológica corporal.
Esta
observación tiene una importancia vital cuando por la circunstancia que sea, se
hace necesario que un humano críe al cachorro con biberón, ya que si la leche
que le da no guarda la temperatura adecuada, el cachorro desechará toda oferta
que le haga. La sensibilidad de la lengua del cachorro es tan acentuada, que
bastará la pequeña diferencia de tres o cuatro grados en la temperatura para
que se produzca un rechace. La temperatura que debe tener y mantener el biberón
ha de estar entre 37º y 38º. En cuanto esta temperatura desciende, el cachorro
rechaza la tetina, lo que puede ser erróneamente interpretado como que el
cachorro ya no tiene más ganas de leche.
Hoy,
aunque mis hijos ya han abierto los ojos y empiezan a escuchar los primeros
sonidos, siguen utilizando el sentido del tacto (junto
con el olfato), para saber dónde
estoy situada. Y cuando sienten un roce en su cuerpo (tacto corporal) saben si han
sido tocados por alguien de nuestra familia humana, por mí o bien por sus
hermanos de camada. Se buscan, se amontonan, se lamen… Ellos saben que
cualquier roce es positivo para la estabilidad de su futura vida de adulto. Si
a uno de estos cachorros se le impidiera todo contacto, su cerebro se vería
privado del estímulo que necesita para crecer y funcionar. El tacto a esta edad
es muy importante para que más adelante los cachorros desarrollen un sistema
emocional equilibrado y puedan integrarse y convivir plácidamente con la
familia humana y su entorno.
A
medida que el cachorro va creciendo, el uso del tacto lo irá aplicando a nuevas
necesidades. Sus almohadillas plantares llegarán incluso a captar las
sensaciones del suelo que pisa, llegando con el tiempo a ser capaz de percibir
las vibraciones de éste hasta tal extremo, que si a un cachorro de tres meses
le taponáramos los oídos de forma que no pudiera captar ningún sonido,
recogería a través de su tacto con las almohadillas de sus patas las vibraciones
de los pasos de su dueñ@ y se percataría de su presencia o aproximación sin
necesidad del auxilio auditivo ni del visual.
La
sensibilidad táctil está repartida por todo el cuerpo a través de la piel y del
pelaje. Tenemos unos bigotes, es decir, pelos sensibles más gruesos alrededor
de los ojos, del hocico y por debajo de la mandíbula que nos permiten captar la
velocidad y dirección del aire. Pero conforme se van perfeccionando nuestras
facultades olfativas, auditivas y visuales, el sentido del tacto va perdiendo
importancia. Con el paso del tiempo nuestras almohadillas se endurecen y
pierden sensibilidad. Los receptores infrarrojos de nuestra trufa, capaces de
captar cambios de temperatura, también van perdiendo potencial, en beneficio
del olfato.
Nuestra
parte más sensible del tacto, en nuestra edad adulta, se encuentra a lo largo
de la columna vertebral, del cuello a la cola. Por ello, nos gusta rodar por la
hierba y que los humanos nos acaricien, puesto que esto nos produce un efecto
calmante, relajante y antiestrés.