La crisis, nos guste o no, se ha hecho presente en todos los ámbitos. Aunque yo pienso que sí, que hay una crisis real, palpable, pero también una crisis “exagerada”, de “miedo”, de “comida de coco”... Sea como sea, los collies, como integrantes de una familia humana, también “sufrimos” esta crisis.
Entre las cartas que recibo, he seleccionado una para ilustrar este post. Es una situación real, que transcribo con permiso de los protagonistas. A petición de ellos, he cambiado los nombres para preservar su intimidad.
Querida LLUM:
Mi nombre es SAM. Tú a mi no me conoces, pero sí conoces a mis padres, que viven en tu casa. Soy un collie de tres años y vivo con Carlos y Yolanda. Ellos tienen una hija, Sonia, que el año pasado se casó y ya no vive con nosotros.
Cuando Sonia se independizó, Yolanda se puso a trabajar de dependienta. Pero a los 4 meses la echaron fuera. “Por la crisis” – le dijeron.
Hace unos meses, Carlos llegó a casa muy nervioso y preocupado. Le contó a Yolanda que había problemas en el trabajo. Él es un técnico cualificado de una empresa de automoción. Oí que hablaba de prejubilaciones, comités, asambleas, ERO... Un lenguaje que no acabé de comprender.
En el pequeño parque dónde voy a correr, últimamente somos menos perros. Mi amiga Dakota, una golden muy bonita, hace tiempo que no la veo. A Dyk, el pastor alemán de César, tampoco. Ni al divertido mestizo Tom, ni a la bella husky Blanca...
De regreso a casa con Yolanda, nos encontramos con Paco.
- Paco, cuanto tiempo sin verte.
- Hola Yolanda. Las cosas no nos van bien. Hemos tenido que cerrar la Inmobiliaria. ¿Cómo está Carlos?
- Muy preocupado. La empresa no funciona y van a hacer reducción de personal. Y a mí me despidieron de la tienda.
- ¡Jo!, lo siento mucho.
- No te vemos por el parque, ¿le ha pasado algo a Dakota?
- Nos hemos tenido que deshacer de ella...
- “¿Qué?" -he gritado, "¿deshacer?...” -me he contenido para no clavarle mis colmillos en la pierna. Sí, LLUM, ya sé que los collies nos hemos de comportar...
- Pero ¿cómo habéis podido?
- Una chica del pueblo de mi mujer se la quedó. Al menos la podremos ver de vez en cuando.
- Yo no podría hacer eso con Sam.
- “Gracias Yolanda, te quiero”.
- Peor es abandonarlo o dejarlo en una protectora, como hizo César con Dyk.
Bimba y PauA la semana siguiente echaron a Carlos de la empresa, después de 26 años trabajando con ellos. Le pagaron una buena indemnización, pero insuficiente para pagar la hipoteca de la casa.
Después de mucho tiempo dándole vueltas al asunto, Carlos vendió nuestra casa. Los números no cuadraban. Nos íbamos a quedar sin dinero. A Carlos no le quedó otro remedio. La remodelada casa, la casa de su vida, estaba muy céntrica y pudo venderla bien.
Contrató un camión de mudanzas y llamó a sus amigos. Y un fin de semana trasladamos todas nuestras pertenencias de nuestra casa del centro de la ciudad a un pequeño apartamento de un dormitorio en el Cinturón.
Yo amaba nuestra vieja casa. Sé que no era muy grande y el patio era un poco pequeño como para correr. Y a veces, el ruido de los coches en la calle era muy intenso. Pero yo le había tomado cariño a mi lugar en el suelo de madera de la sala de estar, que era muy agradable en invierno, cuando el sol entraba por la ventana. Cuando Carlos y Yolanda estaban en el trabajo, yo solía salir al porche trasero. Cuando se trataba de un día frío y húmedo, me quedaba allí, oliendo la lluvia y mirando el movimiento de las ramas de los árboles.
Pero eso se terminó. Se fue. Hace unos dos meses que paso mis días en un diminuto apartamento de alquiler. Y yo que creía que nuestra casa era pequeña...
Así y todo, trato de encontrarle el lado bueno. Me meto en el espacio que queda entre el brazo del sofá y la puerta de vidrio corrediza que da al balcón, tan pequeño que casi no es digno de ese nombre. Y si me encajo de la manera adecuada, puedo ver más allá del edificio que tenemos enfrente y contemplar la Torre del reloj, viendo pasar las horas.
He hecho otros amigos en la nueva zona donde me sacan a pasear. Pero no puedo dejar de pensar en Dakota, Dyk, Tom, Blanca... ¿qué habrá sido de ellos? ¿De qué manera se habrán “deshecho” de ellos sus familias?...
Mi familia están muy tristes y desanimados. Están buscando trabajo por todas partes. Ayer por la noche, cuando Yolanda ya se había ido a la cama, Carlos, tomándose la cabeza con las manos, se quedó sentado en la oscuridad del comedor, apenas alumbrado por las farolas de la calle.
- No puedo –dijo. No puedo más.
Alcé la vista. Me hablaba a mí. Me miraba.
- Tal vez no pueda ni hacerme cargo de ti, Sam.
¡Dios, cuánto deseé poder hablar! Y tener pulgares. Lo habría agarrado del cuello de la camisa. Lo hubiese acercado a mí, tanto como para que sintiera mi aliento en su piel, y le habría dicho: “Sólo es una crisis. Algo pasajero. Tú eres el que me enseñó que nunca hay que darse por vencido. Tú me enseñaste que surgen nuevas oportunidades para los que están preparados, los que están listos. ¡Debes conservar la fe!”
Pero no podía decírselo. Sólo podía mirarlo. Él no había oído ni una sola de mis palabras. Porque soy un perro. Así que volvió a cubrirse la cara con las manos y se quedó allí sentado.
Tú ya sabes, LLUM, que una de las virtudes de los collies es nuestra capacidad de adaptación a cualquier situación y lugar. Ahora estamos en crisis y ya me he reciclado. Procuro molestar lo mínimo porque el apartamento es muy pequeño. También como menos para no gastar. No creo que se “deshagan” de mi. Nos amamos demasiado. Y tengo fe. Soy positivo y ya vendrán tiempos mejores.
Muchos achuchones para ti y tu manada,
SAM
Estoy segura que la crisis pasará pronto y todo mejorará. Pero no puedo dejar de pensar en las palabras que oyó
Sam:
- Nos hemos tenido que deshacer de ella..
Me entristece mucho pensar en todos los perros que han podido ser abandonados por culpa de la crisis...
Ánimo para Carlos y para todas las personas que pasáis por una situación similar. L@s collies somos fuertes y aguantamos lo que nos echen. Sabed que, más que los bienes materiales que tenéis o no tenéis, más que el confort que nos aseguráis o no nos podéis ofrecer, lo que más apreciamos de vosotros es la caricia amistosa de vuestra mano, vuestra mirada confiada o vuestra simple compañía. Y esto no cuesta dinero.