jueves, 23 de julio de 2009

MIEDO A LOS COHETES

Se acerca la época del año, agosto-septiembre, en la que se celebran la mayor parte de las fiestas mayores en las barriadas y los pueblos de España. Y para nosotros, los perros, se renueva un grave problema: el miedo o la fobia a los cohetes y petardos.

En el post anterior pudimos constatar la angustia de toda una familia por la reacción que tuvo Yanko tras el lanzamiento de un cohete.

Han pasado ya once días desde la “aventura” de Yanko en el mar y en los pueblos de la Ría de Vigo todavía se preguntan cómo pudo un collie atreverse a pasar de una orilla a otra.

Un día "normal" de Yanko en la Ría de Vigo

Hoy, Yanko, totalmente recuperado, nos cuenta su historia.

“El pasado domingo, 12 de junio, lo recordaré como uno de los peores de mi vida. Estaba paseando con mi familia por la playa, como todos los fines de semana, cuando, de repente, el ruido de un cohete de una fiesta vecina sacudió con fuerza mi cerebro y salí desbocado, sin control.
Me ocurrió algo. No sé qué. Me sentí atacado, acorralado. Y entonces sentí un impulso incontenible de correr, de escapar. De modo que corrí.
Corrí 6, 7, 8 km. El lugar era muy conocido para mí. Demasiado fácil. Necesitaba regresar al salvajismo. La cabeza me estallaba. ¡Necesitaba hacer algo! Necesitaba sentirme a mi mismo, entenderme a mí y entender este mundo horrible en el que estamos atrapados. Necesitaba hacer cuanto podía por aplastar aquello que me atacaba y agredía a mi manera de vivir. Así que me detuve. Estaba en la playa de Samil. Miré a lo lejos, al otro lado de la Ría, y me dije: allá hay tierra, naturaleza salvaje... y me lancé al agua.


Nadé y nadé como nunca lo había hecho. Después de más de dos horas en el agua, mi cabeza se tranquilizó. Sentí cansancio, frío. Volvía a ser yo. ¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo en el mar? Estaba agarrotado, mis ojos irritados, el hocico lleno de sal. Y tenía sed, mucha sed. Alcé la cabeza. Volví la vista atrás y vi la inconfundible playa de arena blanca y fina de Samil, la mayor playa de la Ría de Vigo. Estaba muy lejos para regresar. Delante, bastante más cerca, tenía Cangas, un pequeño paraíso, en el que el mar y la montaña se funden para el deleite de los sentidos. Pero todos mis sentidos se estaban agotando. No podía más. Los collies podemos aguantar mucho corriendo, pero no estamos hechos para nadar. Esto es el fin. ¡No! ¡No!. No puedo salir así de la vida de Trini. Es mi chica. Luchó mucho para conseguirme y no está preparada para estar sin mi. No puede ser mi hora. Toda mi familia me quieren mucho. No puedo fallarles.

La playa de Samil, por donde Yanko entró en el mar

La vista de Cangas que Yanko vio desde el mar

De pronto oí el motor de una lancha que venía hacia mi. Gasté mis últimas fuerzas para elevarme y que me vieran. Pero no. Tragué mucha agua y casi me atropellan. Esto se acaba...

De repente, oí el grito de una niña, que iba en la proa:

- ¡Papá!, ¡Papá!, da la vuelta. Allá he visto algo que se mueve.

Se acercaron despacio.

- Es un perro y parece que aún está vivo. Vamos a subirlo.
- ¡Papá! ¡Es Lassie!
- Con cuidado. Trae toallas para secarlo y limpiarlo.
- Está muy mal.
- Hemos de regresar de inmediato. Voy a llamar a la Policía de Cangas.


Tosí y vomité agua. La niña me secó un poco y me limpió. Tenía las fosas nasales llenas de sal. Y los ojos me picaban. Tenía frío. Mis patas estaban agarrotadas y no podía moverme. Me quedé estirado en el regazo de la niña. Sus caricias fueron para mí un masaje revitalizante.

- Papá, nos lo podemos quedar.
- No, hija. Debe llevar un microchip y podrán localizar a sus dueños.

Llegamos al puerto de Cangas y ya estaba esperando la Policía. Era domingo y no habían encontrado ningún veterinario. Habían avisado a la Protectora del Morrazo y llegó Lela, su presidenta. Me cogieron en brazos y me pusieron en el coche de Lela. La niña me abrazó y yo le lamí la cara, agradecido. Su padre, su madre y su hermano me rascaron la cabeza, como despedida. Yo apenas pude mover la cola, pero nunca los olvidaré.

Lela no me llevó al Refugio, sino a su casa. Enseguida me di cuenta que era una persona especial, muy sensible y cariñosa.
- Después de lo que has pasado –me dijo, no puedo dejarte allá arriba, en el Refugio, para aumentar más tu pena. Estás aún muy asustado y en mi casa estarás mejor.

Cuando llegamos a su casa, me cogió con suavidad y me dejó en el suelo, en el garaje. Me dieron comida, pero no comí. Me dieron agua y bebí. Bebí mucho. Allí estuve estirado un rato, respirando aún con dificultad. Lela dejó entrar a uno de sus perros para que me hiciera compañía.

Me dolían todos los huesos. Esa noche apenas dormí. La pasé inmóvil, estirado en el suelo, con los ojos abiertos y la mirada perdida. Por mi mente fueron desfilando los grandes momentos de mi vida junto a Trini y su familia. ¿Los volvería a ver? ¿Podría volver a jugar con Rudy, Kenia y Dora?...

Trini pasó la noche como yo, sin poder dormir y muy preocupada sin saber nada de mi. Dio la alarma por todos los pueblos de la ribera de la Ría.

Por la mañana, Lela avisó a un veterinario para que trajera el lector de chips. Yo ya empecé a mover mis patas y alegrarme un poco. Sabía que el pitido del lector al identificar mi microchip, me iba a poner en contacto con Trini y acabaría con su angustia y con la mía.

Efectivamente, localizaron a Trini y vino a recogerme. Me miró con cara de incredulidad y se puso a llorar. Me abrazó. Yo también me puse a llorar y me frotaba contra ella como un niño. La alegría de verla me hizo olvidar el dolor, el cansancio, el sueño, el hambre...

Al llegar a casa comí y dormí y procuré comportarme como siempre. Pero en mi interior siento una gran pena y no sé hasta qué punto soy culpable de lo sucedido. ¿Volveré a perder el control, a sentir pánico, terror, cuando mis oídos se estremezcan ante un cohete, un petardo, un trueno o un tiro?”

El miedo es una respuesta natural que presenta cualquier animal, incluidos los humanos, ante un estímulo nocivo o peligroso. Si ese estímulo es un cohete, un petardo, un trueno o un tiro, nos afecta muchísimo por esa fina sensibilidad que dicen los expertos que tenemos los collies en los oídos.

A mí no me gustan esos impactantes métodos de diversión humana. Algunos collies viven en un estado de miedo continuo en estas épocas festivas y se producen una serie de reacciones que pueden ir desde hacer sus necesidades en el interior de la casa por miedo a salir a la calle, hasta soltarse de la correa durante un paseo si suena cerca algún petardo, con el consiguiente riesgo de desaparición, el peligro de atropello o de provocar un accidente de circulación grave.
Si, además de esta tendencia natural que tenemos los collies a temer a los ruidos fuertes, se dan otra serie de circunstancias como una falta de hábito a este tipo de ruidos, una predisposición individual especial, o una exposición a los cohetes demasiado frecuente y a una intensidad muy elevada, que nos genere una experiencia muy negativa, tenemos los ingredientes necesarios para que se produzca la fobia.

Las posibles soluciones a estos problemas de miedo son complicadas. Habría que empezar desde la edad de cachorro con una socialización adecuada hacia los petardos y ruidos similares y evitar experiencias traumáticas severas. Los collies que de cachorros han tenido una sola experiencia muy negativa con los petardos o cohetes, pueden adquirir una fobia que perdure el resto de su vida y sea muy difícil de corregir posteriormente.

Actualmente existen diferentes posibilidades de tratamiento que suelen combinar la utilización de medicación con la realización de ejercicios de modificación de conducta.

Muchas personas no quieren los tranquilizantes para sus perros por sus efectos colaterales. En el caso de utilizar sedantes, se aconseja consultar con un veterinario la medicación y la dosificación correspondiente.
Yo sólo los usaría si no queda más remedio, pero prefiero las Flores de Bach o productos homeopáticos, que funcionan muy bien en estos casos. Aunque la solución mágica no existe.

En cuanto a las terapias de modificación de conducta como “desensibililización” y “contracondicionamiento”, deben ser enseñadas por un especialista en conductismo animal y hay que tener una gran paciencia porque es un proceso largo, que puede durar semanas o meses.

Últimamente se está utilizando la técnica de la “Feromonoterpia”. En este caso se puede usar la feromona apaciguadora canina, una feromona sintética en forma de difusor, que se pone en el lugar donde descansa habitualmente el perro y puede aportar un efecto tranquilizador.

Pero la solución a los miedos y fobias sigue siendo muy compleja. No todos los perros son iguales, ni todos tienen el mismo problema. Cada uno ha de conocer muy bien a su collie y detectar si el miedo a los cohetes es genético o adquirido. Y cada uno se ha de conocer también a sí mismo y saber controlarse. ¿Y si resulta que el miedo que tiene tu collie se lo provocas tú, inconscientemente, con tu inseguridad, tus dudas, tu pesimismo, tu indisciplina o tu ignorancia?

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