Vacaciones. Estamos en época de vacaciones. Muy esperadas por los humanos, pero muy temidas para los perros. Vacaciones, desgraciadamente para muchos perros, es sinónimo de soledad o abandono.
Entre los papeles que LLUM nos dejó, hoy os transcribo el artículo “MONÓLOGO DE UN PERRO” que escribió el gran escritor español Antonio Gala Velasco, gran amante de los animales, especialmente de los perros. Aunque el artículo es de hace unos años, creo que no ha perdido actualidad.
MONÓLOGO DE UN PERRO
Yo no creo haber hecho nada malo esta mañana...
Me parecieron todos muy nerviosos. Iban y venían por los pasillos, esquivándose unos a otros.
Ella le gritaba a la madre de él. Y los dos niños, con las manos llenas de cosas, entraban en el dormitorio de los padres, que yo tengo prohibido.
La pequeña –la más amiga mía- chocó contra mí dos o tres veces. Yo le buscaba los ojos, porque es la mejor manera que tengo de entenderlos: los ojos y las manos. El resto del cuerpo ellos lo saben dominar y, si se lo proponen, pueden engañarte y engañarse entre sí; pero las manos y los ojos, no.
Sin embargo, esta mañana mi pequeña ni me quería mirar. Sólo después de ir detrás de ella mucho tiempo, en aquel vaivén desacostumbrado, me dijo: “Drake, no me pongas nerviosa. ¿No ves que nos vamos de veraneo y están los equipajes sin hacer?” Pero no me tocó ni me miró. Yo, para no molestar, me fui a mi rincón, me eché encima de mi manta y me hice el dormido.
También a mi me ilusionaba el viaje. Les había oído hablar durante días del mar y de la montaña. No sabía con certeza qué habían elegido; pero comprendo que, en las vacaciones – y más en éstas, que son mas largas que las otras dos- mi pequeña podrá estar todo el día conmigo. Y lo pasaremos muy bien, estemos donde estemos, siempre que sea juntos... Tardaron tres horas en iniciar la marcha. Fueron bajando las maletas al coche, los paquetes, la comida -que olía a gloria- y los envoltorios del último momento. Yo necesitaba correr de arriba abajo por la escalera pero me aguanté. Cuando fueron a cerrar la puerta, eché de menos mi manta. Entré en su busca; me senté sobre ella; pero él me llamó muy enfadado. – “ ¡Drake, venga! “-, y no tuve mas remedio que seguirlo.
Mientras bajaba, caí en la cuenta de que, en el lugar al que fuéramos, habría otra manta. Ellos siempre tienen razón. Los tres mayores, mi pequeña, su hermano y yo.... Era difícil caber en aquel coche, tan cargado de bultos; pero estábamos bien, tan apretados todos.
Yo me acurruqué en la parte de atrás, bajo los pies de los niños. La madre de él se sentó en un extremo, que suele ser su sitio, y todavía no se le habían olvidado las voces de ella, porque no decía nada; solo miraba las calles y las calles y la luz, que era muy fuerte, a través del cristal... Los niños se peleaban con cualquier pretexto esta mañana; seguían muy nerviosos. Yo sufrí sus patadas con tranquilidad, porque sabía que no iban a durar y porque era el principio de las vacaciones.
Cuando, de pronto, el niño le dio un coscorrón a mi pequeña, yo le lamí en cambio las piernas con cariño; pero ella me dio un manotazo, como si la culpa hubiera sido mía. La miré para ver si sus ojos me decían lo contrario.
Ella, mi pequeña quiero decir, no me miraba.
Fue cuando ya habíamos perdido de vista la ciudad . Él se echó a un lado y paró el coche. Los de delante daban voces los dos. No sé si porque discutían o por qué. La madre de él no decía nada; ya antes había empezado a decir algo, y ella la cortó con muy malos modales.
Tampoco los niños decían nada ...
Él bajó del coche y cerró de un portazo; le dio la vuelta; abrió la puerta del lado de los niños y me agarró por el collar.
Yo no entendí. Quizá quería que hiciese pis, pero yo lo había hecho en un árbol mientras cargaba y disponía los bultos. Empujó con violencia la puerta y volvió a sentarse al volante.
Oí el ruido del motor .
Alcé las manos hacia la ventanilla; me apoyé en el cristal. Detrás de él vi la cara de mi pequeña con los ojos muy redondos; le temblaban los labios... Arrancó el coche y yo caí de bruces.
Corrí tras él, porque no se daban cuenta de que yo no estaba dentro; pero aceleró tanto que tuve que detenerme cuando ya el corazón se me salía por la boca... Me aparté, porque otro coche, en dirección contraria, casi me arrolla.
Me eché a un lado, a esperar y a mirar, porque estoy seguro de que volverán por mí... Tanto miraba en la dirección de los desaparecidos que me distraje y un coche negro no pudo evitar atropellarme... No ha sido mucho: un golpe seco que me tiró a la cuneta...
Aquí estoy.
No me puedo mover. Primero porque espero que vuelvan a este mismo sitio en el que me dejaron; segundo, porque no consigo menear esta pata. Quizá el golpe del coche negro aquél no fue tan poca cosa como creí... Me duele la pata hasta cuando me la lamo.
Me duele todo...
Pronto vendrá mi pequeña y me acariciará y me mirará a los ojos. Los ojos y las manos de mi pequeña nunca serán capaces de engañarme.
Aquí estaré... Si tuviese siquiera un poco de agua: hace tanto calor y tengo tanto sueño...
No me puedo dormir. Tengo que estar despierto cuando lleguen...
Me siento más solo que nadie en este mundo... Aquí estaré hasta que me recojan.
Ojalá vengan pronto...
Entre los papeles que LLUM nos dejó, hoy os transcribo el artículo “MONÓLOGO DE UN PERRO” que escribió el gran escritor español Antonio Gala Velasco, gran amante de los animales, especialmente de los perros. Aunque el artículo es de hace unos años, creo que no ha perdido actualidad.
MONÓLOGO DE UN PERRO
Yo no creo haber hecho nada malo esta mañana...
Me parecieron todos muy nerviosos. Iban y venían por los pasillos, esquivándose unos a otros.
Ella le gritaba a la madre de él. Y los dos niños, con las manos llenas de cosas, entraban en el dormitorio de los padres, que yo tengo prohibido.
La pequeña –la más amiga mía- chocó contra mí dos o tres veces. Yo le buscaba los ojos, porque es la mejor manera que tengo de entenderlos: los ojos y las manos. El resto del cuerpo ellos lo saben dominar y, si se lo proponen, pueden engañarte y engañarse entre sí; pero las manos y los ojos, no.
Sin embargo, esta mañana mi pequeña ni me quería mirar. Sólo después de ir detrás de ella mucho tiempo, en aquel vaivén desacostumbrado, me dijo: “Drake, no me pongas nerviosa. ¿No ves que nos vamos de veraneo y están los equipajes sin hacer?” Pero no me tocó ni me miró. Yo, para no molestar, me fui a mi rincón, me eché encima de mi manta y me hice el dormido.
También a mi me ilusionaba el viaje. Les había oído hablar durante días del mar y de la montaña. No sabía con certeza qué habían elegido; pero comprendo que, en las vacaciones – y más en éstas, que son mas largas que las otras dos- mi pequeña podrá estar todo el día conmigo. Y lo pasaremos muy bien, estemos donde estemos, siempre que sea juntos... Tardaron tres horas en iniciar la marcha. Fueron bajando las maletas al coche, los paquetes, la comida -que olía a gloria- y los envoltorios del último momento. Yo necesitaba correr de arriba abajo por la escalera pero me aguanté. Cuando fueron a cerrar la puerta, eché de menos mi manta. Entré en su busca; me senté sobre ella; pero él me llamó muy enfadado. – “ ¡Drake, venga! “-, y no tuve mas remedio que seguirlo.
Mientras bajaba, caí en la cuenta de que, en el lugar al que fuéramos, habría otra manta. Ellos siempre tienen razón. Los tres mayores, mi pequeña, su hermano y yo.... Era difícil caber en aquel coche, tan cargado de bultos; pero estábamos bien, tan apretados todos.
Yo me acurruqué en la parte de atrás, bajo los pies de los niños. La madre de él se sentó en un extremo, que suele ser su sitio, y todavía no se le habían olvidado las voces de ella, porque no decía nada; solo miraba las calles y las calles y la luz, que era muy fuerte, a través del cristal... Los niños se peleaban con cualquier pretexto esta mañana; seguían muy nerviosos. Yo sufrí sus patadas con tranquilidad, porque sabía que no iban a durar y porque era el principio de las vacaciones.
Cuando, de pronto, el niño le dio un coscorrón a mi pequeña, yo le lamí en cambio las piernas con cariño; pero ella me dio un manotazo, como si la culpa hubiera sido mía. La miré para ver si sus ojos me decían lo contrario.
Ella, mi pequeña quiero decir, no me miraba.
Fue cuando ya habíamos perdido de vista la ciudad . Él se echó a un lado y paró el coche. Los de delante daban voces los dos. No sé si porque discutían o por qué. La madre de él no decía nada; ya antes había empezado a decir algo, y ella la cortó con muy malos modales.
Tampoco los niños decían nada ...
Él bajó del coche y cerró de un portazo; le dio la vuelta; abrió la puerta del lado de los niños y me agarró por el collar.
Yo no entendí. Quizá quería que hiciese pis, pero yo lo había hecho en un árbol mientras cargaba y disponía los bultos. Empujó con violencia la puerta y volvió a sentarse al volante.
Oí el ruido del motor .
Alcé las manos hacia la ventanilla; me apoyé en el cristal. Detrás de él vi la cara de mi pequeña con los ojos muy redondos; le temblaban los labios... Arrancó el coche y yo caí de bruces.
Corrí tras él, porque no se daban cuenta de que yo no estaba dentro; pero aceleró tanto que tuve que detenerme cuando ya el corazón se me salía por la boca... Me aparté, porque otro coche, en dirección contraria, casi me arrolla.
Me eché a un lado, a esperar y a mirar, porque estoy seguro de que volverán por mí... Tanto miraba en la dirección de los desaparecidos que me distraje y un coche negro no pudo evitar atropellarme... No ha sido mucho: un golpe seco que me tiró a la cuneta...
Aquí estoy.
No me puedo mover. Primero porque espero que vuelvan a este mismo sitio en el que me dejaron; segundo, porque no consigo menear esta pata. Quizá el golpe del coche negro aquél no fue tan poca cosa como creí... Me duele la pata hasta cuando me la lamo.
Me duele todo...
Pronto vendrá mi pequeña y me acariciará y me mirará a los ojos. Los ojos y las manos de mi pequeña nunca serán capaces de engañarme.
Aquí estaré... Si tuviese siquiera un poco de agua: hace tanto calor y tengo tanto sueño...
No me puedo dormir. Tengo que estar despierto cuando lleguen...
Me siento más solo que nadie en este mundo... Aquí estaré hasta que me recojan.
Ojalá vengan pronto...
Que realidad tan triste y ademas en la mayoria de los casos es cierto, yo nunca lo haria, ya que son de la familia, cuando preparamos las vacaciones, ellos (Negu y King),siempre vienen con nosotros, ya que son nuestros niños, para eso los cogimos, para cuidarlos como uno mas de la familia, al sitio donde vamos, lo primero que preguntamos es si admiten mascotas, ya que si no, queda descartado, quien coge un animal de compañia se ha de hacer cargo de el siempre, ya que es como tener un hijo, pero durante toda la vida de la mascota, son como niños pequeños, nos necesitan y como no, yo al menos los necesito a ellos,necesito tenerlos cerca, mis vacaciones no serian igual sin ellos, ademas es cuando tengo las 24 horas para estar con ellos, son lo mejor que tengo.
ResponderEliminarBueno ya he dejado mi tocho, solo daros animos para que sigais con el blog, ya que lo sigo desde el principio y me gusta mucho, muchos besos para vosotros y achuchones a los peludos, en especial para Ness, que es una dulzura.
Gracias Loli. Y no digas eso de Ness, que se lo cree. Lametones de su parte.
ResponderEliminarKit