martes, 22 de diciembre de 2015

CUENTO DE NAVIDAD


“Disfrutad de lo bueno y aprended de lo malo” –nos decía ayer CAP a toda la manada, tumbadas a la espera de un sol que se peleaba con la neblina. CAP siempre nos cuenta historias. Aunque los achaques de la vejez le han dejado sordo y con manifiesta artrosis, su memoria es tan prodigiosa como lo es su olfato. Es el mayor y mejor contador de historias, de experiencias, de cuentos… A veces se queda en silencio, con la mirada perdida. En una ocasión le pregunté qué le pasaba y él me explicó que así vaciaba su mente para entregarse a la experiencia que le proporcionan los recuerdos.

Cada historia, cada vivencia, es única, y es única porque, como buen contador, vive y hace vivir lo contado. Por desgracia, CAP se va apagando y él lo sabe. “No me queda mucho tiempo”, -me decía la semana pasada, consciente de que su vida está llegando a la meta. Me lo dijo en privado, porque ante la manada él está orgulloso de sus años, se pavonea de su edad. Muchos años de  historias y vivencias desglosadas en momentos únicos y especiales que guardo en lo más profundo de mi corazón. Ahora, con el paso de los años, pienso que con cada relato, se va despidiendo de todo, de los que aún estamos con él y de los que le faltan. La reciente muerte de ENATE y WEISS le ha afectado mucho. Ellas fueron sus primeros amores y habían envejecido juntos. 
   
“El yayo y sus batallitas” -le vacila su bisnieta BRUIXA. Pero hace unos días, la propia BRUIXA me decía: “Ojalá que mis hijos y mis nietos, el día que yo falte de este mundo, me recuerden con tanto cariño como todos recordaremos a CAP. Y así poder demostrar que ni tan siquiera la muerte es capaz de acabar con los sueños.”

Todas atentas, escuchando al venerable CAP

“Se acerca la Navidad –continúa CAP, y hoy os voy a contar un cuento muy antiguo, que quiero que NINA publique en el Blog, para todos los humanos. Siempre he pensado que el HOGOL protagonista del cuento, es una reencarnación de collie. Y no me reprochéis que los viejos hablamos con metáforas y moralejas. Eso es así. Y hay que saber escuchar. Y entender.”


El cuento de Navidad de Hogol

Cuenta una leyenda que hace ya mucho tiempo un joven Hogol llegó al mundo de los humanos, en busca de un nuevo lugar donde vivir. Allí encontró ríos y lagos, montañas y llanuras, marismas y desiertos, nieve, agua, nubes, y el mar... “Qué bonito es el mar” -pensaba el Hogol. Pero lo que más abundaba allí era la gente. El mundo de los humanos está repleto de gente y la gran mayoría viven en pueblos y ciudades. A buen seguro que son buenas personas para poder convivir todos juntos, y con este pensamiento el Hogol decidió quedarse a vivir con los humanos.

“Qué bonito es el mar” -pensaba el Hogol

Pero rápidamente se dio cuenta que las cosas no eran tan bonitas como él imaginaba. La gente que allí vivía era físicamente igual que él y externamente no se podían diferenciar. Pero el interior, la esencia de su ser, tenía algo desconocido para él.
Se dio cuenta que los humanos no decían lo que pensaban. Muchas veces incluso decían lo contrario de lo que pensaban. Se enteró que muchas personas luchaban contra otras personas por motivos que él no entendía, que la ignorancia y el desconocimiento provocaba el miedo y el odio. El Hogol no comprendía nada... allí nadie hacía nada por el mero placer de hacerlo. Todas las cosas tenían un precio. Alguien le dijo que incluso la amistad tenía un precio. ¿Cómo se pueden comprar los sentimientos, y con qué moneda se pueden pagar? Poco a poco, la pequeña lamparita que iluminaba su corazón se fue apagando cada vez más. Aquello era muy diferente de lo que él había imaginado y se sentía atrapado en un mundo cruel y despiadado. La gente lo miraba de reojo y a veces podía sorprender a alguien que lo señalaba con el dedo tras de sí.
“Aquí el primero es uno mismo y el resto importa poco” -pensó Hogol mientras una lágrima se resistía a salir de sus ojos.

El Hogol-collie “iba hasta la playa y allí, solo, mirando el horizonte, a menudo lloraba su tristeza”.

Aún así, había una cosa de aquel mundo que él amaba: el mar. Era tan inmenso, tan misterioso, tan tranquilo cuando estaba en calma, y tan poderoso cuando se enojaba... Siempre que se sentía triste iba hasta la playa y allí, solo, mirando el horizonte, a menudo lloraba su tristeza.
Pero un día, mientras el Hogol se encontraba en la playa, repentinamente un viento suave y lejano acarició sus mejillas. Y entre el rumor del viento pudo reconocer la voz del Hermano Árbol, el árbol sabio que vive en Hogoland y gran amigo de todos los hogol.
- ¡Hermano! ¡Qué alegría poder escuchar tu voz!
- Hace tiempo que te veo en esta playa, joven Hogol. Y cada vez que lo hago te veo llorando. ¿Cuál es el mal que ha ahogado tu corazón?
- Tengo mucho miedo Hermano Árbol...
- ¿De qué tienes miedo?
- La gente... aquí la gente es diferente. No dicen lo que piensan y no hacen lo que sienten. Tengo miedo de volverme como ellos, Hermano.
- No creas que son tan diferentes de vosotros pero tienes razón: podrías convertirte en uno de ellos. Ten cuidado.
- ¿Quizás tú podrías ayudarme Hermano?
- ¿Ayudarte cómo, joven Hogol?
- Quizás podrías evitar que me vuelva como ellos y hacer que sea feliz para siempre y que nunca más vuelva a llorar. O aún mejor, ¿por qué no los cambias a todos? Este mundo sería mucho mejor, Hermano!
- Sí, realmente sería un sitio maravilloso para vivir, pero aunque tengo poderes mágicos, no son tan poderosos como para conseguirlo.

“Entre el rumor del viento pudo reconocer la voz del Hermano Árbol…”

La expresión de ilusión que por un momento se había dibujado en la cara del Hogol se volvió a convertir en tristeza y volvió a bajar su mirada.
- No llores, joven Hogol. Así no solucionarás tu problema.
-¿Y qué quieres que haga, Hermano? Ni siquiera tú, con tus poderes, puedes hacer nada! ¿Qué puede hacer este pobre Hogol?
- Puedes hacer muchas cosas (le sonrió la voz). Tu mismo lo has dicho antes, piénsalo un poco.
- ¿Qué es lo que he dicho antes?
- Que tenías miedo de volverte como ellos. Si te puedes volver como ellos, no crees que ellos se pueden volver como tú?
- ¿Cómo?
- Los humanos son como vosotros en una cosa muy importante: no son malos por instinto. Los hacen volverse así. Por los motivos que sean se vuelven así, pero no lo son por naturaleza. Ahora piensa un poco: si a ti te sorprende su manera de ser, de vivir, de sentir, ¿no crees que ellos también se sorprenden cuando te ven a ti? Quizás les puedas enseñar a ver las cosas de otro modo, a hacer sonreír cuando alguien está triste, a abrazar cuando alguien tiene miedo, a dar amor cuando encuentras un corazón roto.
- ¿Crees que serviría de algo? Aquí hay muchísima gente y yo conozco a muy pocas personas.
- No te preocupes por la cantidad, lo importante es que contagies tu felicidad a la gente que conozcas. La felicidad de uno mismo nunca lo es del todo, si la gente que te rodea no es feliz. Si haces lo que te pido Hogol, yo te concederé lo que me has pedido antes.
- ¿Hacer feliz todo este mundo?
- Hacer feliz todo este mundo, sí, pero únicamente un día al año. Mis poderes no son tan grandes, pero puedo hacer feliz a todos una vez al año, siempre que tú cumplas tu parte del trato.
- Parece muy difícil eso que me pides Hermano, los humanos tienen un mundo maravilloso pero viven de espaldas a él. Pero lo intentaré, Hermano Árbol.
- Has hablado con mucha sabiduría joven Hogol, recuerda: mientras tú hagas lo que has prometido, yo cumpliré mi parte, ¿de acuerdo?
- Sí, de acuerdo.

El Hogol-collie “se descubrió de pie en la playa…, igual que hacía cuando era pequeño allá en Hogoland, junto al Hermano Árbol cuando el viento soplaba”.

El Hogol se descubrió de pie en la playa con los brazos extendidos, igual que hacía cuando era pequeño allá en Hogoland, junto al Hermano Árbol cuando el viento soplaba.
Ya no lloraba, se sentía muy bien. El Hermano Árbol había venido de muy lejos para hablar con él. Esto no era muy corriente... Quizás era una persona especialmente querida por el Hermano Árbol. Por primera vez en mucho tiempo, el Hogol sonrió mientras miraba cómo el sol se hundía en el horizonte y la Luna empezaba a perseguirle.
“¿Qué le habrá hecho el Sol a la Luna para que siempre lo esté persiguiendo?” -se preguntaba el Hogol. Y con este enigma en su cabeza volvió a casa para pasar la noche.
Al día siguiente por la mañana, el Hogol salió a la calle y se quedó maravillado. ¡Había nevado! Todo era de color blanco, ¡qué bonito! Pero algo extraño pasaba... todas las personas que caminaban por la calle llevaban una sonrisa en su cara, y cuando se cruzaban, se saludaban. Y mirándolos a los ojos mientras lo hacían, el Hogol vio que esta vez sí decían lo que pensaban y sí hacían lo que sentían. Las calles estaban llenas de luces y colores y los niños corrían de un lugar a otro para poder verlas todas, igual que las mariposas que vuelan hasta la luz de un farol.
- ¿Que sucede? -preguntó el Hogol a un hombre que paseaba por la calle
- ¡Hoy es Navidad!
- ¿Navidad?
- ¡Claro! Hoy es un día de felicidad para todos. Nos reunimos en nuestras casas y pasamos el día con la gente que queremos y deseamos a todos que sean felices.
El Hogol sonrió al darse cuenta que el Hermano Árbol había cumplido su palabra y que, al menos una vez al año, aquel mundo se parecía a Hogoland.
Y desde entonces aquel Hogol ha estado viajando por aquel mundo, siempre intentando compartir su felicidad con la gente que ha ido conociendo. Haciendo sonreír al que está triste, abrazando al que tiene miedo y dando amor al que tiene el corazón roto, tal como le pidió el Hermano Árbol. Él, a cambio, cada año envía un día de felicidad para todos. Y así será mientras el Hogol cumpla su parte del trato.


Autor del cuento: Joan Moret

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