Mañana
sábado, 19 de Octubre, es el Día Mundial
del Cáncer de Mama. El cáncer de mama es el tumor más frecuente entre las
mujeres occidentales, afectando en Europa a 370.000 personas anualmente y a 230.000
en América. Con esta jornada se pretende que todas las mujeres tomen conciencia
de que un diagnóstico a tiempo es la mejor solución para las pacientes, porque
según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 30 segundos, en algún
lugar del mundo, se diagnostica un cáncer de mama. En España cada año se
detectan cerca de 16.000 nuevos casos.
Mi
solidaridad, apoyo, esperanza, ilusión y optimismo a todas las mujeres
afectadas. Ánimos. Sí se puede. Como Laura.
Conocí
a Laura el pasado mes de agosto. Vino a visitarnos con su inseparable collie
Viky, nacida en casa hace 4 años. Yo estaba con mis cachorros. Mientras Laura
los acariciaba y hablaba con mi familia, yo charlaba con Viky. Bueno, de
hecho, fue ella la que habló y me contó su ajetreada vida:
Tenía
2 meses y medio cuando Laura me llevó a su recién estrenada casa en una
urbanización de Sant Cugat, cerca de Barcelona. Ella fue una estudiante
brillante y cuando terminó en ESADE (Escuela Superior de Administración y
Dirección de Empresas), varias empresas la querían en su equipo y le ofrecieron
trabajo. Ella solo les puso una condición: “Tengo una collie y quiero vivir en
una casa con jardín, fuera de la gran ciudad”
Crecí
deprisa y durante ese primer año entre Laura y yo se estableció un profundo
cariño, además de una recíproca sensación de confianza. Por eso quedé muy
sorprendida cuando se enamoró de Pere con tanta rapidez.
Lo
trajo a casa, y enseguida noté que él, como ella, olía a pasión. No tuvo tiempo
de presentármelo. Actuaron de manera extraña, como si la ropa se interpusiera
entre ambos, se apretujaron, mordiendo labios, enmarañando cabellos. Cayeron
sobre la cama. Puños cerrados sobre las sábanas, espaldas arqueadas y gritos de
placer.
Cuando
ella se levantó y se fue al cuarto de baño, él me acarició la cabeza, que yo
tenía muy cerca de la cama. Apenas pasaba del año y aún era inmadura y todos
esos gritos me habían intimidado un poco. Me dijo: “No te importa que yo
también la ame, ¿verdad? No me interpondré entre vosotras”
De
inmediato supe que sí se interpondría entre nosotras. Traté de no mostrar mi
contrariedad, porque me daba cuenta de cuán encaprichada con él estaba Laura. Y
debo admitir que no me mostré muy alegre por su presencia. Y a Pere tampoco le
agradaba mucho la mía.
A
veces, mientras besaba y acariciaba a Laura, me buscaba con la miraba y me
guiñaba un ojo, como si alardeara… ¡Imbécil machista!
Ella
lo tenía idealizado y se lo permitía todo. Pero mi sexto sentido me decía que
este chico no le convenía. Intenté decírselo de muchas maneras a Laura, pero no
me hacía caso y siempre recurría a la típica frase que siempre nos dicen a las
collies: “Estás celosa”.
Pere
decía que trabajaba en un supermercado, pero nunca supe en qué consistía su
trabajo. Alternaba los turnos de mañana, tarde y noche, pero los supermercados
están cerrados por la noche…
Cuando
Laura se iba al trabajo, se pasaba el día en el ordenador o hablando por
teléfono. A veces recibía llamadas de su madre y él se ponía histérico y la
trataba muy mal, con una falta total de respeto. ¿Qué valores le habían
inculcado en su familia a este chico?
Sus
amigos venían cuando ella no estaba y él se burlaba de Laura y la minimizaba. La
criticaba y menospreciaba sus éxitos en la empresa.
Enseguida
me di cuenta que era un egoísta y solo le importaban sus propias necesidades,
no las de Laura. Se mostraba muy posesivo y siempre le preguntaba a Laura por
sus compañeros de trabajo. Tenía celos injustificados e intentaba controlarla.
Nunca
me gustó ese chico, Nina. Aunque lo que más me repugnaba de él eran las
mentiras. Mentía vilmente. Un día le decía a Laura: “Me gustaría entrar en tu vida para compartir tu tiempo, tu espacio, tu
intimidad, tus intereses, tus tristezas y tus alegrías…”
Yo
grité: “¡Desgraciado mentiroso! Abre los ojos, Laura, ese tío se aprovecha de
ti y solo le interesan dos beneficios que tú puedes otorgarle: económicos y
sexuales”
Un día los acontecimientos
se precipitaron. Laura y Pere estaban desnudos en la cama. Mientras hablaban de
hacer un viaje, Pere jugaba con los pechos de Laura. De repente, le dijo: “Tienes un bulto en el pecho…” Ella dio
un salto de la cama y se palpó. “Es un
bulto bastante grande…” Se fue a mirar al espejo y se asustó. Temblorosa y
con cara de pánico llamó por teléfono a su madre. Se vistió, cogió el coche y
nos fuimos a Barcelona. Yo me di cuenta de la gravedad de la situación y me
subí al coche. Al menos le haría compañía. Pere no dijo nada y se quedó en
casa. Fuimos al piso de su madre y ese mismo día fueron al ginecólogo. Una
biopsia. Resultado: cáncer de mama.
Laura
llegó a casa llorando y abrazada a su madre. Yo le salté encima cariñosamente y
ella me abrazó.
Enseguida
llamó para contárselo a Pere, que, por lo visto, fue incapaz de reaccionar, de
animarla. Se quedó mudo al otro lado del teléfono. Esa noche dormimos en casa
de su madre. Laura decidió que lo más cómodo era trasladarse por un tiempo al
piso de su madre, que estaba muy cerca del hospital donde seguiría el
tratamiento. Al día siguiente, Laura y yo nos acercamos un momento a Sant Cugat
para recoger lo imprescindible. Pere no estaba. Había recogido sus cosas y le
había dejado una nota: “Lo siento, te
dejo. No soporto verte sufrir. Gracias por
todo.”
Laura
no lloró. Creo que lo vio tan cobarde que sintió pena por él. De repente se dio
cuenta que ese chico no era como ella esperaba: un chico que la amara por
encima de todo, de su profesión, de su carácter, de su aspecto físico, de sus
problemas, de sus limitaciones…de su cáncer. “Suerte que tú no has huido cuando las cosas se han puesto feas” –
me dijo, acariciándome la cabeza.
Cáncer,
maldita y temida palabra. A partir de ese momento nuestra vida, porque mi vida
ahora es Laura, se convirtió en una carrera contrarreloj.
Intentó
seguir yendo al trabajo, pero estaba muy nerviosa y no se concentraba. Cogió la
baja. Después de un montón de pruebas, con nombres muy raros para una collie,
como tac, resonancia, gammagrafía, placa, radiografía…,
los médicos le explicaron cómo era su cáncer y el tratamiento a seguir: quimioterapia
para reducir el tumor, y luego cirugía para sacar el tumor y alrededores,
intentando conservar la mama, o bien, una mastectomía.
El
oncólogo le dijo que la biopsia de los ganglios había determinado que no
estaban afectados y le planificó la quimioterapia para cuatro meses,
explicándole los diferentes efectos secundarios que le podría provocar: caída
de pelo, náuseas, vómitos, cansancio, sofocones, cambios de humor…
A
partir de la 2ª sesión de quimioterapia, le empezó a caer el pelo de forma
progresiva. Aquella larga cabellera castaña quedó en el suelo del lavabo el día
que decidió pasarse “la moto”... Fue un momento muy triste para ella, tal vez el
final de muchas cosas...
El
sol se acababa de esconder tras la montaña de Rocacorba. Seguía haciendo mucho
calor. Viky, que no había parado de hablar, se fue a beber agua. Laura estaba
sentada en la hierba hablando del mismo tema con mi familia humana. Tenía los
ojos enrojecidos. Yo me acerqué y le lamí su mejilla suavemente. Llegó Viky y
se apretujó junto a ella. Mis ocho cachorros se habían dormido, pero no en su
rincón habitual. Estaban todos con Laura, unos encima y otros pegados a ella. Mientras
los acariciaba, Laura seguía hablando:
-
Me costó bastante
superar la pérdida de mi cabellera. Al principio me obsesioné y me compre una
peluca. Muy bonita, pero cuando el calor interno de la medicación se juntaba
con el calor del sol, era insoportable y me hacía sudar mucho. La dejé y empecé
a utilizar gorras, sombreros, pañuelos y turbantes. Y antes de salir a la calle
le decía a Viky: “Ponte guapa y camina con elegancia. Hemos de desviar hacia ti
todas las miradas y que se olviden de mi…”
-
Los meses de quimioterapia no fueron fáciles. Para mí
fue la etapa más difícil de llevar. Luego vino la operación. Me tuvieron que
hacer una mastectomía y me extirparon la
mama. De vez en cuando aún me miro en el espejo de
perfil y me palpo, pero no quiero caer en la autocompasión. Yo estoy viva,
otras mujeres no han tenido tanta suerte. Con pecho o sin pecho, la vida
continúa.
-
Yo no he firmado ninguna sentencia de muerte. Quiero
vivir. Y tengo muy claro que para vivir voy a tener que pelear duro. El
oncólogo me dijo: “El peor síntoma de esta enfermedad es el miedo. Nosotros te
hemos quitado el tumor, ahora te toca a ti. Sólo tienes que cambiar de hábitos,
cuidarte más, vivir con alegría, reírte mucho, disfrutar de tus amistades, de
tu familia... Sal a la calle y vive…”
-
Y aquí estoy, luchando. La vida me ha golpeado para que
aprenda una asignatura llamada alegría. Ésa es la mejor medicina. Una buena
amiga me aconseja siempre : “¡Deja que
todo el mundo te vea! ¡Deja que vean lo valiente, fuerte y luchadora que eres!
Transmite alegría y la recibirás a puñados y esa alegría te mantendrá viva”.
-
La otra medicina es ella –continúa, abrazándose con cariño a Viky que está a
su lado. Viky es más que una amiga, es lo
mejor de lo mejor. Lo que le he visto hacer es increíble. Durante los meses de
tratamiento (5 días en cama después de cada ciclo de quimioterapia) tenían que
arrancarla de mi lado para que saliera a la calle. En estos años, Viky me ha
visto reír, llorar, hundirme... me ha visto alegre, triste, nerviosa, insegura,
desanimada... A veces pienso que sin ella, el cáncer habría podido conmigo. ¡Ay
Viky, algún día tendré que devolverte todo
el amor que me estás dando!
-
En uno de mis
peores días de quimio estuve a punto de
claudicar, cuando me encontré de repente con la cara de Viky, mirándome
fijamente con sus bonitos ojos marrones. Me pareció que me susurraba: “Prométeme
que vas a luchar. Prométeme que vas a vivir y a ser feliz. Prométeme que no
permitirás que esta enfermedad acabe contigo. Tú puedes con ella”. Y yo grité:
¡Te lo prometo!.. Mi madre se asustó y aún hoy recuerda aquel grito.
-
¿Sabéis? A veces sueño que algún día todas las
mujeres enfermas de cáncer de mama irán calvas, sin peluca, con su pecho
desinflado, con el cuello erguido y un porte elegante, sin haber perdido las
ganas de seguir luchando y mostrar así su verdadera belleza al mundo. Sin
dolor, sin pudor, sin miedo, tal y como son de verdad, incluso en su peor
momento. Pero cuando me despierto, pienso: Demasiadas fantasías. El mundo aún
no está preparado para este tipo de belleza real. Tendré que seguir viviendo
pegada a esta prótesis de látex...