lunes, 24 de marzo de 2014

LA NIÑA DEL MONTGRÍ


Desde el lugar donde vivimos, en los días más claros y nítidos, mirando hacia el este, podemos ver un gran macizo. Es el Montgrí. Toda la manada conocemos su silueta característica, cuando la atmósfera está limpia, porque es por donde nos llegan los primeros rayos de sol.

El macizo del Montgrí es un macizo montañoso al borde del mar Mediterráneo en Cataluña. Se trata de un surgimiento de roca calcárea formado por una falla orientada de este a oeste. Su creación es sincrónica a la del Pirineo. Por sus elevaciones destacan los picos de la Muntanya d'Ullà (308 m), el Montgrí (301 m) y el Montplà (311 m), cercanos a Torroella de Montgrí, y la Torre Moratxa (218 m) y Roca Maura (226 m) en la vertiente cercana a l'Estartit. El archipiélago de las Islas Medas constituye la parte oriental del macizo.

En la cima del Montgrí se ve la figura emblemática de una enorme edificación, es el castillo del Montgrí. A finales del siglo XIII, el rey Jaume II hizo construir este imponente castillo como muestra de poder frente al condado de Empúries. Hoy es un excelente mirador del golfo de Roses, la llanura circundante de l’Empordà y la montaña del Canigó, en Francia.
 
El collado de la Creu, cruce de caminos, desde donde se ve el Castillo del Montgrí
A esta zona es a donde hemos ido de excursión. Hoy, por fin, nuestra familia, nos ha dicho: “Anem a pujar al Montgrí”. Y, como es un lugar inaccesible a coches, motos y bicicletas, y podemos correr libres, en vez de dos, hemos ido tres: Perla, Swan y yo.

El camino está señalizado con las marcas blancas y rojas del GR 92 (sendero de Gran Recorrido), que sube hacia el norte entre campos de olivos.

A la media hora, tras una fuerte subida por el empedrado original del camino, se llega al collado de la Creu (hay una gran cruz). Es una encrucijada de caminos. Tomamos el de la derecha que remonta en dirección hacia el castillo, ya a la vista. En media hora más, tras una última ascensión muy pronunciada, llegamos al rellano donde está el castillo del Montgrí.
 
La llegada al castillo del Montgrí
Es una gran explanada donde nos lo hemos pasado muy bien persiguiéndonos, entrando y saliendo del castillo, como si fuéramos collies de la Edad Media.

Después de comernos nuestro yogurt y beber agua, hemos iniciado el descenso por el otro lado, mucho más difícil y complicado, en dirección a la ermita de Santa Caterina. Luego, por otro camino muy bien trazado, hemos vuelto a subir hasta el ya conocido collado de la Creu.

Al iniciar esta última subida me he detenido y he parado las orejas. Efectivamente, se podían oír voces y ver a lo lejos minúsculos cuerpecitos que bajaban de la Muntanya d'Ullà hacia el collado de la Creu. Hoy no es festivo y no hemos encontrado a nadie hasta ahora. Es un grupo numeroso, con mucho griterío. Debe de ser una excursión escolar.

Llegamos al collado de la Creu y bajamos retomando el mismo camino GR 92 por el que hemos subido.




De repente, Perla se detiene bruscamente. Swan y yo hacemos lo mismo. Hemos oído algo, parece un gemido. Swan abandona el camino, desviándose hacia la derecha. Yo la sigo. Swan ha encontrado una niña sollozando, sentada en el suelo, y le está lamiendo las lágrimas. Perla ha alertado a nuestra familia y se acercan.

-          ¿Estás bien? -le preguntan
-          Me han dejado sola -contesta con voz entrecortada
-          No estás sola –le contesta nuestra familia. Swan está contigo.

Entonces se gira hacia Swan, que seguía lamiéndole la cara con suavidad, y se abraza con fuerza a ella, llorando desconsoladamente.

Pasan los minutos y la niña y Swan siguen abrazadas. Por su sudoración intensa, el temblor de todo su cuerpo y su respiración rápida, es evidente que esa niña sufre una crisis de pánico o de angustia, agravado por un sentimiento de abandono y de soledad.

Mientras Swan hace su trabajo terapéutico, Perla y yo nos lanzamos montaña abajo ladrando con potencia para llamar la atención. Apenas hay vegetación y ya no  vemos ni rastro de la excursión escolar. Por suerte, un chico de color está retrocediendo. Hace calor y se ha sacado el jersey, que se ha dejado olvidado en un descanso junto a una de las varias capillas que hay en esta zona, correspondientes al camino de romería que lleva a la ermita de Santa Caterina. Mas abajo dos niñas se han detenido al oír los ladridos. El chico de color recoge su jersey y, con nuestros movimientos y ladridos, conseguimos que mire hacia arriba. Desde aquí se puede ver a la niña, con Swan y nuestra familia, que están bajando muy despacio. La niña lleva una camiseta verde chillón y el chico la reconoce. Llama a las dos chicas para que esperen. Ellas deciden subir, asombradas de que su amiga se haya quedado atrás.

La niña de la camiseta verde chillón, para nosotras “la niña del Montgrí”, se abraza a sus amigas, ya más tranquila.

-          ¿Qué te ha pasado? -le pregunta la más alta.
-          Me he mareado y me he sentado un momento. Luego he querido bajar recto y me he caído. Entonces os he perdido de vista y me he puesto muy nerviosa. Me he quedado agarrotada, me he asustado mucho y me he puesto a llorar, hasta que ellos me han encontrado.

“Ellos” somos nosotras, sobre todo Swan, a quien se vuelve a abrazar y le da unos besos de despedida. Las tres chicas y el chico de color continúan el descenso. Nosotras nos sentamos y bebemos agua de la mochila.
 
El descenso del castillo por la otra vertiente
Llegamos al coche e iniciamos el viaje de regreso hacia casa. Hoy tenemos unas sensaciones muy extrañas. Todo ha sucedido muy rápido y apenas notamos el cansancio físico habitual.

-          Podía haber sucedido una gran desgracia –exclama Perla
-          Alguien ha cometido una gran irresponsabilidad. Algún profesor hoy no ha cumplido con su obligación. No se puede salir de excursión con un grupo de niños y no controlarlos.
-          Tienes razón, Nina. Si a nosotras, nuestra familia, siempre nos piden que no nos alejemos, ¿cómo es posible que un grupo de niños vayan tan descontrolados?
-          ¿Qué pensarán los padres, si se enteran del peligro que han corrido sus hijos? ¿Acaso los profesores han pedido permiso a los padres de todos y cada uno de esos menores para que sus hijos estén en una situación de peligro, cuando deberían estar cuidados y vigilados?

Algunos humanos se han equivocado, pero, al menos, los collies hemos cumplido y Swan ha podido poner en práctica todas sus habilidades. Las personas utilizan diferentes formas de abrazos y hasta llevan nombre,  como el “abrazo de oso”. Yo hoy quiero reivindicar el “abrazo de collie”, ese abrazo de Swan que ha salvado a la “niña del Montgrí”

-          ¿Cómo lo has hecho Swan?
-          Cuando lamí sus lágrimas, noté un gusto muy salado. Estaban mezcladas con sudor de miedo, de tensión, de ansiedad. Esta niña necesita un abrazo que le aporte ternura, afecto, cariño -pensé. Le puse mi pata derecha en su espalda y con la izquierda la invitaba a que me abrazara. Utilicé toda mi energía positiva para activar sus endorfinas y aliviar la ansiedad. Mis buenas vibraciones alejaron el sentimiento de soledad y la ayudaron a superar el miedo.

¡Cuánto silencio acompañó aquel abrazo! y ¡cuánto transmitió a través del mismo! ¡Swan, infinita ternura!  Porque Swan es así. Su llegada a la manada nos aportó a todos una gran dosis de delicadeza, suavidad, dulzura. Es todo amor. Cualquier ser humano es su debilidad, pero con los niños se derrite.

Estamos ya llegando a casa y Perla le pregunta a Swan:

-          ¿Por qué eres tan así?
-          Mira, Perla. Los dos primeros meses de mi vida, hubo una niña que, junto con mi madre, me cuidó muy bien. Yo siempre le estaré agradecida porque, sin darse cuenta, ella me inculcó unos valores que ahora van apareciendo.

Con Swan somos muy amigas y me ha contado muchas cosas de esa niña de su infancia. De collie bien nacido es ser agradecido. Swan es muy especial. Gracias, Nazaret. 


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