“… Vivo actualmente en Perú, aunque viví muchos años en Alemania. A mi padre lo perdí hace tiempo y tal vez la mezcla de ese dolor i mis raíces judías, me llevaron a transcribir sus recuerdos. Eso ayuda a superar un dolor muy grande. Me gustaría que lo publicarais para que ayude a muchas otras personas a recordar a sus fieles collies…”
(Jorge González-Guija Peralta)
Poco a poco vuelvo en mí, la cabeza me duele y los músculos de todo el cuerpo los siento pesados y todavía siento un dolor de pecho que me hace sentir náuseas. Abro los ojos y veo que estoy en un cuarto que no es el mío, luego me doy cuenta que estoy en una habitación de hospital y poco a poco comienzo a recordar. Estaba en una cena con algunos familiares y pocos amigos. Claro, a mis 92 años, ya no se cuenta con muchos amigos y familiares, sobre todo siendo un sobreviviente de épocas de guerra. Sólo recuerdo que estábamos conversando sobre nuestra niñez y recordé a mi mejor amigo de la infancia: era un perro de raza Collie de pelo largo, con un hermoso cuello blanco y dorado el manto.
Siendo hijo único y viviendo en el campo, era muy común que tuviera un perro de compañía, pero este amigo fue algo más que eso. Recuerdo, como si fuera ayer, cuando me lo dieron. Fue en mi 9° cumpleaños y puedo ver todavía a mi abuelo llegar con una caja y decirme: "Israel, ahora tienes un nuevo compañero de juegos, cuídalo, que es tu responsabilidad". Y me entregó la caja. Al recibirla y ver su contenido, vi, en un primer momento, un par de ojitos cafés que se asomaban y me miraban llenos de dulzura. Y podría jurar que fue en ese momento en el que sentí que me daba todo su amor y confianza. Claro que para un niño de esa edad todo regalo significaba una alegría de primer momento, pero ese ser que me entregaba todo su cariño y amor estaría conmigo muchos años, acompañándome en todo momento y marcaría mi vida para siempre.
Ahora que me siento cansado y enfermo, cierro los ojos y todavía puedo ver el campo y la casita donde pasé mi niñez. Eran los años de 1939, y poco podría imaginar lo que se nos vendría encima. ¿Cómo podría un niño judío saber que en poco tiempo su tranquilo mundo en el campo cambiaría de una forma tan dramática?
Luego de recibir mis otros regalos y cansado de jugar con ellos, recordé al cachorro que había dejado en la cocina. Lo fui a buscar y no estaba, lo busqué por todo lado y grande sería mi sorpresa al encontrarlo dormido sobre mi cama. Al acercarme, volvió a mirarme con esa mirada penetrante llena de confianza. Me recosté a su lado y sentí su nariz fría buscando mi cara para darme un beso. Mi primera intención fue de retirarla, pero yo sabía que buscaba mi cariño y no la aparté. Me dormí a su lado y pude sentir que él también dormía tranquilo y seguro.
A la mañana siguiente me despertaron sus ladridos reclamándome el desayuno y jugar con él. Menos mal que eran vacaciones de verano y no tenía que ir a la escuela del pueblo. Me levanté, me vestí y salí corriendo a buscar un poco de leche que ya debería estar en la cocina para el desayuno. Mi abuela era una mujer que se levantaba muy temprano para comenzar a ordeñar las vacas, que eran los únicos animales grandes que teníamos. Debo de decir que éramos campesinos pobres, pero, eso sí, con mucha tradición, al menos eso era lo que decía siempre el abuelo: "Pobres, pero llenos de tradición, eso vale oro".
Mis padres habían muerto hacía mucho tiempo, cuando yo todavía era un bebé, y me recogieron mis abuelos a los que les debo haberme instruido en nuestra religión, sobre todo el abuelo que siempre tenía una cita del Talmut para reñirme o corregir mis travesuras.
Desde muy pequeño yo sabía que había una diferencia entre los niños del pueblo y nosotros. Recuerdo que cuando tenía 5 años le pregunté a mi abuelo que por qué no íbamos a la iglesia como las otras personas, a lo que me respondió: "Nosotros somos Judíos y no vamos a la Iglesia". Recuerdo mucho ese diálogo porque, en mi inocencia de niño, pensé que eso era algo malo o que tal vez era porque no me habría aseado bien, a lo que le respondí que ese día mis orejas estaban bien limpias y mi abuelo soltó una carcajada que retumbó en toda la casa. Sólo me basta cerrar los ojos para escuchar esa risa nuevamente.
Esa misma mañana decidí ponerle nombre a mi perrito. Hice una lista con un sinfín de nombres y no podía decidirme. Debía ser uno que fuera con su carácter, lleno de vida y gracia, pero no me decidía por ninguno. Entonces me dirigí a la abuela para pedirle consejo y me dijo con suma dulzura: "Debe ser un nombre que lleve con orgullo y que todos lo respeten".
Me puse a pensar toda la noche y recordé que, en el pueblo cercano, una vez vi pasar a un señor muy elegante y que todos saludaban con mucho respeto. Al preguntarle a mi abuela quién era, me respondió que era el dueño de casi todo ese lugar y que era un Conde que vivía en un castillo en una colina, y entonces se me ocurrió el nombre de GRAF. Sí, ese seria el nombre que le pondría a mi cachorro. Salté de la cama y fui corriendo a la cocina donde estaba el cachorro y lo encontré justo en el momento en que se abalanzaba sobre las pantuflas del abuelo, que siempre estaban cerca de la estufa, “¡Graf! ¡Alto!” -grité, y el cachorro se detuvo en el acto y me miró con curiosidad. “¡Graf, aquí!” -volví a gritar y él me miró y girando un poco la cabeza se me acercó, y moviendo la cola, reconoció que ese sería su nombre de ahora en adelante.
Pasaron los días, las semanas y los meses y Graf creció rápidamente. Ya no era un cachorro torpe, sino un perro de un hermoso pelaje largo y sedoso. Todos en el pueblo lo conocían y era raro vernos separados. Juntos íbamos a todos lados, a recoger leña, llevar a las vacas al monte... Y cuando llevamos los huevos al pueblo, a venderlos, todo era alegría y tranquilidad en nuestro pueblo. Pero eso se acabaría muy rápido...
Recuerdo que un día que estaba con Graf y la abuela, llevando los huevos, unos niños se nos acercaron y comenzaron a tirarnos piedras y decían: “¡Fuera judíos, fuera!” Mi abuela me abrazó rápidamente para protegerme, pero Graf dio unos saltos y ladrando fuertemente los ahuyentó. Esa fue la primera vez que lo vi agresivo y protector. Y no sería la última vez que me protegería de otras personas.
Cuando regresamos a casa mis abuelos conversaron en voz baja y muy seriamente. Yo solo podía darme cuenta que algo raro pasaba y procuraba quedarme quieto en la cocina con Graf en los brazos, que por su mirada, también parecía darse cuenta de que algo sombrío se posaría sobre nuestras vidas. A la semana siguiente mi abuela no dejó que fuera con ella para dejar los huevos. Dijo que sería mejor que fuera sola y que podía ir con Graf al bosque a jugar, pero que no me adentrara mucho, puesto que ya estaba cambiando el clima y se hacía sentir el frío de otoño.
Me parece mentira, que después de tantos años, todavía pueda sentir las hojas secas bajo los pies y poder escuchar las pisadas de Graf cerca de mí, corriendo a orillas del río. Luego de jugar un rato y perseguir alguna liebre, regresamos a la casa. Al llegar vi sobre la mesa la canasta de huevos llena y busqué a la abuela y no la encontré en la casa. Salí hacia fuera y estaba detrás de la casa con la cara triste y con rastros de haber llorado. Me miró y me dijo: "¡No quiero que vayas al pueblo sólo, prométemelo!" Yo solo atiné a decirle que sí. Luego al llegar el abuelo volvieron a hablar en voz baja y triste. Durante muchos años no supe qué había pasado, después me enteré que no le dejaron vender los huevos y que la policía había cerrado algunos negocios judíos.
Después de ese incidente llegaron más. Nos llegó un comunicado que ya no podía ir a la escuela y que debía de llevar una estrella de David en la solapa. Mucho se enojó mi abuelo cuando le pregunté si Graf también debía hacerlo. Yo era un niño, ¿cómo podría saber lo que se nos vendría luego encima?
Una noche me despertaron los ladridos de Graf y el ruido de la calle. Me levanté como pude y vi a mis abuelos vestidos y al lado de la puerta unas maletas. Recuerdo que con voz temblorosa mi abuelo me dijo que me vistiera con lo más abrigado que tuviera. Rápidamente me vestí y le puse la correa a Graf para llevarlo conmigo. Mi abuelo me vio ya vestido y con Graf al lado, me dijo: "No, él se queda". Sería mi cara o mis lágrimas que aparecieron, a lo que la abuela dijo: "Déjalo es mejor llevarlo, a lo mejor nos protegerá". Todavía no entendía a lo que se refería, solo me alegraba poder llevar a mi compañero de juegos. Salimos muy calladamente y vi que alrededor nuestro otras sombras se nos acercaban. Graf parecía entender la situación y estuvo muy callado, pero no se apartaba de mi lado ni un segundo. Luego de caminar unos momentos que me parecían una eternidad, mi abuela se me acerco y me dijo:
- "Israel, ahora ya no eres un niño, debemos de dejar la casa, otras personas vivirán allí, y debes de ser muy valiente. Trataremos de llegara a Suiza para poder estar a salvo".
- "¿A salvo de qué"? -pregunté.
- "Mi pequeño, hay gente que no nos quiere y, para evitar ser transportados a otro lugar, debemos de salir lo más rápidamente".
Después de esa corta conversación seguimos caminando muchas horas hasta que salieron los primeros rayos del sol. Ahora sí podía ver a las demás personas. Todas estaban vestidas de negro, hombres y mujeres. También había niños con ellos. Todos nos mirábamos con recelo, temor y, a la vez, con compañerismo, como si compartiéramos un secreto común.
Algunos niños, al ver a Graf, se me acercaron y me pedían si podían acariciarlo. Al comienzo no quería, pero luego me di cuenta que de todas maneras lo harían, por lo que dejé que lo tocaran. Graf movía la cola de contento y aceptaba que lo mimaran. Me parecía que gozaba con la atención que le daba tanta gente, hasta que en un momento se puso tenso y comenzó a ladrar al escuchar ese ruido que llegaba de algún lugar del cielo. Traté de hacerlo callar, pero sus ladridos eran cada vez más intensos y trataba de apartarme a un costado de la carretera. Luego todo pasó como un rayo. Vi que mi abuelo, con cara pálida, me dijo: "¡Corre Israel, corre!". Luego sentí un zumbido ensordecedor y unas explosiones, todo se llenó de negro y sentí que volaba por los aires, como un muñeco de trapo...
No sé cuánto tiempo estuve tirado en la tierra. Solo sentí un olor fuerte, como nunca en mi vida había sentido. Me senté, primero vi todo oscuro y un gran silencio a mi alrededor. Me paré y me volví a caer, mis piernas no me resistían, todo mi cuerpo temblaba, y busqué con la mirada a mis abuelos, pero no estaban. Solo habían unas manchas irreconocibles por todo el lugar, luego me di cuenta que eran cuerpos humanos, pero parecían muñecos sin forma tirados por la carretera. Me asusté y corrí hacia el bosque. No recuerdo cuánto tiempo, solo corría sin rumbo y lloraba, hasta que sentí un tirón en mi pantalón, era Graf. Primero pensé que era otro perro, porque estaba todo negro por el humo. Pero luego lo reconocí, lo abracé y lloré mucho rato. Debí de haberme quedado dormido, pero no sentía frío. Graf estaba a mi lado y con su cuerpo me protegía del frío. Me sentía tranquilo de tenerlo a mi lado, pero luego recordé a mis abuelos y comencé a llorar de nuevo. Recuerdo que Graf se me acercó y me miró con unos ojos que podría creer que me hablaba. Hasta sentí cómo una voz que salía de esos ojos: "No temas, yo te protegeré con mi vida, si es preciso". Sé que eso no es posible, pero para un niño en esa situación era comprensible creerlo.
Ya no me sentía solo. Estaba Graf conmigo y sabía que me cuidaría de todo peligro. Pero no sabía a dónde ir, qué dirección tomar y sobre todo qué sería de mí sin mis abuelos y nada que comer. Solo recordaba la voz del abuelo que me decía: "El bosque te protegerá, el te dará todo lo que busques". Claro que hubiera querido haber estado con él, pero me debería de conformar con la compañía de Graf. Aparte de eso, algo me decía que estaría más protegido con mi perro que con cualquier persona.
Después de caminar mucho y no saber a ciencia cierta a dónde dirigirme, comenzó a dolerme el estómago y me di cuenta que no había comido nada desde hacía mucho tiempo. Al parecer, Graf se dio cuenta de eso. Cómo, no lo sé, pero comenzó a oler con más insistencia el aire y en un momento dado salió a toda carrera hacia unos arbustos y solo pude escuchar unos ruidos y chillidos. Me asusté y lo llamaba insistentemente. Al poco tiempo salió feliz, moviendo la cola muy contento y con un conejo en la boca. Bueno, al menos tendríamos algo para comer.
Después de comernos la carne, me tocaría buscar un lugar donde dormir. Nos pusimos a buscar un lugar donde protegernos del frio y de otros animales. Luego de buscar por largo rato, encontramos una madriguera de lobos, abandonada. Me metí a rastras y detrás mío Graf, que inmediatamente se acomodo en el fondo y yo a su lado buscando su calor y protección. Él me miró y luego de lamerme la cara un buen rato, nos quedamos dormidos.
Debo de haberme quedado dormido porque me ha despertado una enfermera para tomarme la temperatura y revisar los aparatos a los que estoy unido y que controlan todos mis signos vitales. Me ha hecho una sonrisa y ha vuelto a salir. La verdad es que me ha molestado que me interrumpan porque estaba sumergido en mis recuerdos. Es raro pero sentía la presencia de Graf a mi lado, a pesar que hacia tantos años que me había dejado. O ¿me seguiría protegiendo?
No sé cuántos días pasaron, solo sé que estando junto a Graf no me sentía asustado y gozábamos de esa libertad que solo un niño y su perro pueden gozar, a pesar de la situación. Pero a esa edad, todo es fácil de llevar. Fueron días de completa libertad. Iba de un lado a otro con Graf, que desarrolló un sentido especial para saber cuándo tenía hambre. Y sin decírselo, se lanzaba a buscar la comida y regresaba siempre con algo en la boca, que yo me apresuraba a prepararlo para ponerlo al fuego.
Deben de haber sido varios días que estuvimos dentro del bosque porque mis zapatos estaban destrozados y mi ropa también y pensaba que ya era hora de comenzar a buscar a alguien que me informara qué había pasado con mis abuelos después del ataque de esos aviones a la gente que estaban en el camino. Decidí subirme a una colina y buscar alguna señal de humo que me indicara la presencia de personas o de algún pueblo para poder dirigirme a esa dirección.
Vi una colina y me dirigí a ella para ver mejor y, como siempre, Graf me guiaba por el camino para no tropezar y caer. Pudimos ver una columna de humo no muy lejos de donde estábamos. Graf olfatea el aire y moviendo su cola me indicaba por dónde ir. Luego de caminar un buen trecho, Graf se detuvo repentinamente y se puso tenso. Yo quise seguir pero me detuvo interponiendo su cuerpo para no seguir. Nunca había hecho eso y presentí que no debía seguir, pero mi curiosidad pudo más y seguí. De pronto, me encontré con un grupo de soldados, pero estos no vestían el uniforme que algunas veces había visto en el pueblo, sino uno negro con unas raras barras en el brazo. No sé, pero me dio temor y Graf no dejaba de gruñir muy bajo para no llamar su atención. Primero quise ir hacia ellos para que me ayudaran, pero recordé que algunas veces en el pueblo, cuando íbamos con mi abuelo, había gente extraña que nos insultaba y teníamos que bajar la cabeza y apresurar el paso. Solo Graf les ladraba, y, ya a buena distancia, escuchaba decir a esas personas: "¡Cerdos judíos!". Mi abuelo no contestaba nada, solo me tomaba de la mano y en voz baja me decía: "Camina tranquilo Israel, ya pasó, ya pasó".
Tal vez fue ese miedo a los desconocidos lo que impidió que me acercara a esa gente. Aparte de eso, Graf me demostraba a todas luces que no debía confiar en ellos, a lo que decidí retroceder y ocultarme nuevamente en el bosque.
Pasaron más días en el bosque con mi fiel Graf. Había momentos en que me parecía que me hablaba, a lo que yo contestaba. Buscábamos juntos la comida y hasta pescábamos en un arroyo. Puedo ver a Graf cómo se metía al agua y salía con un pez en la boca moviendo alegremente la cola y chorreando agua por su hermoso pelaje dorado, que a los rayos del sol parecía de oro. Y después de unas fuertes sacudidas, escurría toda el agua. De más está decir que para entonces yo estaba todo mojado por las salpicaduras.
Así pasaron más días hasta que encontramos a un campesino recogiendo frutas silvestres. Ahora me río recordando su cara cuando nos vio. Se pegó un gran susto el pobre y no era para menos. Mi apariencia debía de ser chocante, no tenía zapatos, sino los pies envueltos con piel de conejo. Y mi ropa, si se podía decir ropa, estaba toda destrozada. Y tenía un sombrero de ramas. A eso sumándole la apariencia de Graf, parecíamos personajes sacados de un libro de cuentos.
Me preguntó qué hacia solo en el bosque, a lo que contesté que no estaba solo, que tenía a Graf. Y al preguntarme mi nombre le conteste: "Israel Guija". "¿Eres judío?" -me preguntó. Le contesté que sí, que había perdido a mis abuelos y que estaba en el bosque hacía mucho tiempo. Me contestó que sí sabía de un ataque a unos campesinos judíos por aviones, pero hacía mucho tiempo, más de dos meses de eso. ¿Hacía tanto tiempo que estaba con Graf en el bosque? Me llevó a su casa y me presentó a su esposa, una mujer grande y gorda que al verme pegó un grito y soltó las cucharas de palo que tenía en la mano. Miró a Graf y antes de que dijera nada, le dije que era lo único que tenía en este mundo y que no haría daño a nadie.
No recuerdo cuánto tiempo me quedé con esa buena gente, creo que fueron varios años. No recuerdo, solo sé que me trataron como a un hijo. Me alimentaron y cuidaron de mi hasta que tuve edad suficiente para valerme solo. Ya para esa época Graf solo se echaba al sol, ya no perseguía a las liebres o zorros del lugar, pero su mirada hacia mí estaba llena de amor y eran como dos llamitas de fuego diciendo: ¿Recuerdas esto? ¿Recuerdas lo otro?
Una mañana de primavera, al salir el sol, lo encontré, como siempre, echado en la entrada de la casa, pero esta vez no movió la cola al acercarme. Un frío helado me recorrió la espalda y al acercarme más, me di cuenta que Graf, mi amigo y protector, ya no estaba con nosotros. No lloré, solo me senté a su lado y tomando su cabeza sobre mis piernas, lo acaricié pasando mi mano sobre su pelaje. Vi cómo los rayos del sol calentaban todo a mi alrededor. No sé cuánto tiempo estuve así, solo acariciándolo, hasta que decidimos enterrarlo en lo alto de la colina, donde podría tener la mejor vista de todo el valle.
Ahora que estoy viejo, puedo decir que nunca tuve un amigo más fiel que él. Tuve otros perros Collie, pero nunca como mi Graf. Solo espero que algún día lo vea aparecer frente a mí y entonces sabré que será hora de irme con él, a recorrer nuevamente los bosques. Y esta vez, será para siempre.
Con amor, para Graf
Vuelvo a leer mi relato y los recuerdos regresan, se asoma una lagrima y la esperanza de volver a verlo......
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