Hace
dos semanas apareció en los periódicos una noticia curiosa y esperanzadora para
las personas que creen en los perros como terapia.
Giuseppe
Buffone, un juez italiano de Varese (Italia), ha establecido un precedente
importante para los animales y para quienes los aman. Emitió una sentencia en
la que reconoce jurídicamente la relación afectiva entre las mascotas y los
hombres. Por esto, autorizó que un perro visite a su dueña en un hospital.
Una
señora, con graves patologías, tuvo que ser hospitalizada en una clínica y
solicitó la compañía de su perro en la habitación, a lo que la Dirección de la clínica
se negó rotundamente ya que no está permitida la entrada a animales.
La
paciente recurrió a la Justicia y su solicitud llegó a manos del magistrado
Buffone, que emitió una extensa sentencia, que se puede resumir en una sola
frase: “El sentimiento por los animales constituye un valor y un interés
garantizados por la Constitución”
Precisamente
hoy, una collie a quien conozco muy bien, me ha enviado la siguiente historia, la
AVENTURA HOSPITALARIA de una familia
que no tenían tiempo de recurrir a la Justicia y se saltaron las normas para
que la joven paciente pasara las
Navidades en familia.
No
hay duda de que los collies podemos influir en la salud de sus dueños sólo con
estar ahí. Y podemos provocar respuestas positivas en personas desanimadas
cuando los mejores esfuerzos de la familia y el personal médico no son
suficientemente eficaces.
A
continuación, la narración de mi amiga NORA. (Para preservar el anonimato de
esta familia y sus dos collies, he cambiado los nombres de las protagonistas y
no cito la ciudad ni el nombre del Hospital).
Hoy
es domingo y ha salido un sol radiante como el de ayer. Usualmente los rayos de
sol nos alegran, pero esta semana tenemos un motivo para darle la contra al día
radiante. Extrañamos mucho a alguien de casa: María, que no está con nosotras.
El
sábado pasado no quiso jugar conmigo por la tarde, prefirió quedarse echada en
su cama. No la vi muy bien y subí a dormir un rato con ella. Cuando bajé y la
invité a seguirme, ella se quedó allí con mucho dolor de estómago. Desde aquel
momento sólo fue empeorando. El lunes se levantó muy temprano y se arregló para
salir. Pensé que había decidido acompañar a la mamá a su trabajo pero cuando la
vi noté que no iba muy arreglada, tenía cara de pena y estaba ida. No se
despidió de ninguna de nosotras, como siempre lo hace cuando se dirige a la
puerta. Así que yo fui por detrás y me abracé a su pierna mientras NADIA, a mi
lado, le ladró reclamándola.
- Disculpadme rubitas, me estaba
olvidando de despedirme -nos dijo,
acariciándonos las cabezas.
Pero
yo seguía abrazada a su pierna, algo me decía que debía despedirme bien de “mi
niña”. Sexto sentido de collie.
-
Nora, me tengo que ir, me va a ver un
médico ahora y luego estaré mejor, para jugar con los peluches ¿vale? -y nos sonrió cerrando la puerta tras de ella.
- Nadia, MARÍA no está bien...
-
Pero la van a curar, ¿recuerdas que hace unos meses también estuvo así y se
curó?
-
Sí, pero no estaba tan mal...
Llegó
la hora de la comida y no volvía, ya era la hora en que la mamá regresa de su
trabajo y tampoco llegaba. Nadia y yo vigilábamos desde la ventana. La espera
se prolongó muchas horas más, hasta que hubo una llamada y la casa se llenó de
un clima de tensión, ¿qué había pasado? ¿por qué no nos decían nada? Las dos nos pusimos en alerta para escuchar
algo. Pero no fue hasta la medianoche cuando pudimos enterarnos. La mamá llegó
a esa hora y nos tenía preparada una mala noticia: María no vendría a casa
hasta dentro de unos días.
-
¿Se ha ido de viaje sin mi? En ningún momento la vi arreglando su maleta, ¿a dónde
se fue? -exclamé molesta.
Al
ver nuestras caritas de pena, la mamá se encargó de explicarnos que no se había
ido de vacaciones, sino que los médicos del hospital necesitaban verla
continuamente para saber qué tiene y así poder curarla más pronto.
En
un inicio la mamá nos dijo que serían un par de días, pero no fue así. Los días
seguían pasando y no regresaba. No obstante, cada noche ella nos contaba sobre
cómo estaba María, que no podía comer pero la hacían comer de un modo
"diferente", que tenía una habitación para ella sola pues la cama de
al lado no estaba ocupada, que le habían llegado muchas flores, un globo en
forma de corazón y un peluche de perrito…”Cuando regrese ¿a quién se lo dará? Ojala
que a mi”, pensé.
La
mamá nos contó también que María estaba preocupada por nosotras, que nos
extrañaba mucho, pero que sabía que entendíamos por qué no estaba en casa. Yo
creo que lo decía más por Nadia, que no había querido comer en modo de
protesta, y quien pasaba las noches sollozando.
Llegó
el fin de semana y no había anuncio de retorno. Notábamos que cada día la mamá regresaba
más cansada y con menos ganas de hablar. El sábado fue a visitarla su abuelita y
al retornar tenía ojos de vidrio. A los humanos se les nota fácilmente cuando
han llorado. Nadia le escuchó comentar que María estaba muy triste, que no
podía levantarse de su cama y que no tenía ánimos de nada. Y María no es así,
¿qué está pasando con ella?.
-
Nora, ¿y si María nunca regresa?
-
No seas pesimista Nadia, eso no va a suceder, es sólo que tiene que estar muy sana
y recuperada para volver aquí.
Yo
trataba de ser positiva para Nadia, pero en el fondo yo también tenía ese
miedo. Ya he vivido antes el no volver a ver, sentir, oler a alguien y es muy
difícil, no quiero que me suceda de nuevo, ¡me he acostumbrando tanto a ella!
La extrañaba mucho. Ahora no había quién me dijera "Nora, Noraaaaa”, cuando ladraba a los pájaros, así que ni de ladrar
tenía ganas. No estaba la María que me lanzaba los peluches para jugar, que dormía
conmigo la siesta, que me abrazaba fuerte diciendo que estoy gordita, que soy
hermosa, que soy su amor…
Ayer
por la noche la mamá llamó por teléfono a su mejor amiga, que trabaja en el
Hospital. No pude seguir toda la conversación, pero estaba muy angustiada: “María no acaba de mejorar y no quieren
darle el alta… El martes es Navidad y quiero que esté en casa… Ella está muy
triste y desanimada… Echa de menos a sus collies… Tengo un plan y me has de
ayudar… Sí, ningún enfermo puede salir del Hospital sin autorización… Sí, ya sé
que es una locura y que te puede caer una sanción, pero es por el bien de
María… Tantos días en esa habitación la está agobiando y si no la ayudamos, se
pondrá peor… Ya sabes como es ella, necesita sol y aire… Y, sobre todo,
necesita a Nadia y a Nora…”
Hoy
es domingo, como decía, y la mamá se ha despertado con mucha energía que nos contagió
a todas. De pronto, después del desayuno, una gran noticia:
- Chicas, ¡hoy nos iremos de
paseo!
¿Cómo
es que la mamá quiere salir a pasear cuando María está solita en otro lugar?
Teníamos muchas dudas.
Nos
pusieron la correa y fuimos hacia la puerta. En el coche, al volante, estaba el
padre de María. Subimos rápidamente, nos acomodamos al lado de la mamá en los
asientos traseros, y nos marchamos. El camino era el mismo que tomamos cuando nos
vamos al campo a correr, pero no han traído ningún juguete. No importa,
jugaremos a correr juntos y a saltar.
-
Nora, ni te imaginas a donde vamos…
-me dijo con una sonrisa enorme la mamá. La miré con cara de sorprendida.
A
mitad de camino el coche se detuvo frente a una puerta de reja de un lugar muy,
muy grande.
-
Tumbadas en el suelo y sin moverse. No os
puede ver nadie –nos ordenó la mamá.
A medida que íbamos entrando pude ver el edificio...
¡esto es el Hospital! Debo reconocer que el hospital no me gusta. Tiene
vibraciones de todo tipo, buenas y malas, pero todas son muy fuertes y abrumadoras.
La
mamá bajó del coche al pasar frente a una de las puertas del edificio, y nosotras
seguimos avanzando por una calzada interna hasta llegar a un aparcamiento muy grande
y alejado. Esta zona parece olvidada, las plantas no están bien cuidadas y nadie
aparca por aquí, está desolado. Lo mejor son unos árboles de eucalipto, ¡cuánto
me gusta ese olor!
El
papá estacionó el coche.
-
Aquí esperamos, pero no podéis bajar
porque no os pueden ver –nos dijo
Pasaban
los minutos y estábamos ansiosas, dábamos vueltas en el asiento de atrás, mirábamos
hacia un lado y hacia otro... ¿por dónde vendría la mamá? ¿por qué se retrasaba
tanto?
De
pronto vi dos siluetas venir desde lejos por el estacionamiento, ¡eran ellas,
las mamitas! La mamá venía disfrazada y parecía una médica. María venía sentada, y rodando, empujada por
la mamá. Ya he visto eso antes, le llaman silla de ruedas, es muy literal el
nombre. La gente que lo usa es porque no puede caminar, ¿tan mal está María? ¿Cómo
vamos a jugar juntas?
Se
iba acercando y pude ver cómo me sonreía, yo movía mi cola en vaivén, ¡Qué alegría
verla! Estaba vestida de blanco y tenía una manta cubriéndole los brazos, su
rostro estaba diferente, más delgado, y su cabello recogido.
-
¡Hola mis rubitas bellas! - cuánto
había extrañado esa voz...
Rasqué
la ventana con mi pata, ¡bajadme pronto! La mamá “aparcó” a María delante del
coche y abrió la puerta para que bajáramos. Me acerqué a toda velocidad, me
agaché como cuando la invito a jugar y cuando estaba a punto de subirme sobre
ella, pensé en lo débil que se veía, así que solo me senté a su lado. Quería
decirle tantas cosas, cuando recordé una de sus frases favoritas: “el amor es más puro en silencio"
La
silla de ruedas era muy fría, pero apoyé mi cabeza en ella para que María me pudiera
tocar mejor.
-
Ja, ja, ja, no hay orejas, ¿dónde están
las orejitas Nora? -siempre nos dice eso cuando las ponemos en total
sumisión.
-
Os hecho mucho de menos... ¿os estáis portando
bien, verdad?
Yo
cerraba mis ojitos, quería sentir mejor su olor y guardarme su voz para más días...
¿cuánto tiempo más no la tendremos en casa?
- Ya estoy un poco mejor, rubitas
bellas, seguro que en unos días regreso a casa e iremos a correr juntas.
Mientras
hablaba yo me pegaba más a ella y cerraba mis ojos, no pude evitarlo y algunos
quejiditos se escucharon, muy bajitos, como asintiendo que eso haremos, que
iremos al campo juntas, aunque ella tenga que ir en esa silla...
-
Mamá... ¿Es increíble, no? No ladran, ni
saltan, ni hacen sonidos, como para pasar desapercibidas ¿tú les has dicho algo?
-
No, pero ellas se dan cuenta.
Sexto
sentido, María. Empecé a lamerle la mano con la que me acariciaba, solo una que
sacaba de debajo de la manta. ¿Dónde estaba su otro brazo? Intenté buscarlo y
le hacía cosquillas.
-
Ja, ja, ja, no, Nora, no me hagas así, no
puedo sacar el otro brazo -pero yo seguía intentando.
-
Yo las sujeto, tú enséñales qué tienes
para que entiendan por qué no las puedes acariciar con la otra mano -
le dijo la mamá
Me
cogieron de la correa, y a medida que María se descubría, vi un laberinto de
mangueras. No eran como las que usan en casa para regar el jardín, estas eran
transparentes y muy finas, e iban conectadas a unos frascos. Tenía tres, se
veían pesados, y muchas mangueras, las cuales seguí a ver donde terminaban y
cuando acabó de destaparse su otro brazo, pude ver que... ¡estaban conectadas a
María! No me gustó eso, pobre María, ¿la estaban llenando de agua o se la
estaban quitando?
-
Por aquí es por donde me alimento, eso va
directo a mis venas y no lo puedo mover porque sino se bloquea el circuito y la
enfermera me lo tiene que poner de nuevo, y duele un poquito.
Entendí
a la perfección lo de "comer diferente" que me había contado la mamá,
y no pensaba acercarme a eso, esperé que se tapara para irme hacia su lado
nuevamente.
Me
puse a inspeccionar la silla, tenía olores diversos, no eran agradables, además
todo este lugar tenía el olor similar a las herramientas que usa el
veterinario.
- No os preocupéis rubitas, cuando vaya
a casa ya no usaré esto, es sólo que ahora me duele cuando camino.
- Cinco minutos más y nos vamos -dijo la mamá
Que
sean los cinco minutos más largos, deseé. Mientras me acariciada, miré
repetidas veces a los ojos de María, ella sabe leer nuestras miradas, su
sonrisa me lo confirmaba.
-
Adiós hermosas, portaros bien. Os quiero
mucho -y se agachó a besarnos, pero le dolió al hacerlo y se detuvo. Nos
pusimos a su altura y la lamimos. Con este gesto logramos hacerla sonreír de
nuevo.
Subimos
al coche y esperamos allí a que mamá la llevara de vuelta a su habitación. La mamá
se había puesto una bata de médico que le había dejado su amiga cómplice, para
pasar desapercibida.
El
papá contestó una llamada y avanzamos, la mamá ya nos esperaba nuevamente en la
puerta, sin la bata del delito. El camino de regreso a casa, lo hice recostada,
sobre sus piernas.
-
Sois maravillosas, sois la mejor terapia,
la estáis haciendo muy feliz -nos decía, mientras me hacía en el lomo los
masajes que tanto me gustan.
Llegamos
a casa y Nadia exclamó:
-
Que linda aventura la de hoy.
-
¡La mejor de todas! –le contesté.
- No sólo una aventura, la mamá me ha dicho
que esto ha sido una travesura a gran
escala.
-
¿Travesura?, pero si nos hemos portado muy bien.
-
No por eso, sino porque están prohibidos los perros en los Hospitales. Pero María
nos necesitaba.
-
Eso es injusto, los collies sabemos estar a la altura y podemos ayudar a curar
a nuestros dueños enfermos.
-
No, Nora, ningún perro puede acceder al Hospital, ningún animal. Por eso fuimos
a ese aparcamiento apartado, porque entramos en secreto -me respondió
-
Es decir que... hemos sido agentes encubiertas.
-
Así es, hoy hemos sido agentes de felicidad encubiertas.
Esa
noche dormimos muy bien, con el corazón contento y muy satisfechas de nuestro
comportamiento y de la arriesgada valentía de la mamá de María.
La
AVENTURA HOSPITALARIA valió la pena
y lo conseguimos. Se hizo el milagro y, a pesar de su incredulidad, los médicos le dieron el alta a María y hemos
podido pasar la Navidad juntas. Ha de hacer un régimen especial y debe cuidarse mucho para no recaer y
nosotras estamos dispuestas a ayudarla. Ella, siempre muy detallista, ayer nos hizo regalos.
Pero el mejor regalo para nosotras fue ella misma y volver a estar juntas.